lunes, 12 de enero de 2009

Una apuesta decidida por la energía nuclear


La disputa entre Rusia y Ucrania no solo ha puesto en una situación extrema a gran parte de Europa central y oriental, sino que ha vuelto a resaltar el principal punto débil de la Unión Europea: la creciente dependencia energética que hipoteca gravemente cualquier perspectiva de crecimiento económico. En estos últimos años se ha puesto todo el acento en las energías llamadas renovables, cuyas virtudes están fuera de toda duda, pero que en su conjunto no pueden lograr un grado de eficiencia relevante para acompañar el ritmo de crecimiento económico que se prevé en las próximas décadas. La Unión Europea no puede entrar en un debate tan sensible para muchos gobiernos, pero, tampoco es posible seguir ignorando que la decisión de abandonar la energía nuclear debería ser reconsiderada con realismo y sin pasiones demagógicas. En España resulta incomprensible que se haya abandonado esta fuente de energía a cambio de comprar la que producen las centrales nucleares francesas. La segunda parte de la estrategia es sin duda un aumento de la interconexión energética entre los países miembros, que lleva años predicándose en Bruselas, sin que los gobiernos ni la Comisión acaben de poner los medios políticos y económicos para ello. No es la primera vez que se produce una situación similar con el gas que atraviesa Ucrania y probablemente no será la última. Lo que no puede volver a repetirse es el modo en que afecta a los ciudadanos europeos

ISABEL TOCINO BISCAROLASAGA.-Lunes, 12-01-09.-Tercera de ABC.
VIVIMOS en un mundo convulso, en el que si no hemos perdido ya la capacidad de asombro, sí al menos nos falla el «disco duro» para almacenar tan preocupantes noticias como nos llegan todos los días. Por ello es probable hayamos olvidado ya los acontecimientos de la pasada semana en relación con la nueva crisis energética entre Rusia y Ucrania. Sobre todo cuando rápidamente se nos «tranquilizó» porque a nosotros no nos podía afectar...
Claro que nos afecta más la escalofriante cifra de 3.128.963 parados a 31 de Diciembre y en escala ascendente, con las importantes consecuencias para quienes lo sufren y sus familias, fiel reflejo de la grave situación económica en la que estamos sumergidos.
Claro que es también más impactante el terrible drama que está asolando nuevamente a Oriente Medio. Por no hablar, en otro orden de magnitud, del caos de una simple nevada -fruto sin duda del cambio climático- que colapsó la capital del Reino.
Sin embargo, hoy están reunidos en Bruselas los ministros de Industria y Energía de la UE -incluyendo al de España- para tratar de convencer a Rusia de que restablezca el suministro de gas a la UE. Y es que el gas, despreciado hace algunas décadas frente al entonces pujante negocio petrolero, se ha convertido en un arma de carácter geoestratégico que un gobierno como el ruso, con un concepto extraordinariamente peculiar de la iniciativa privada y de las reglas del mercado, va a utilizar periódicamente. Especialmente en aquellos momentos en los que la necesidad y las temperaturas hagan más dramáticos los efectos de un corte de suministro.
Es cierto que el problema se ha enunciado como una disputa entre terceros Estados. Pero no puede ser ajeno a la misma el hecho de que, modulando perfectamente el impacto de las medidas de presión instadas desde Rusia, el resultado de las mismas se haya hecho recaer fundamentalmente en los países europeos. Y es que ya el Libro Verde sobre la seguridad de abastecimiento energético se refería a la preocupante dependencia de las importaciones de gas procedentes de fuentes externas de la UE, que podría llegar, según previsiones, al 70 por ciento en el 2020.
Es evidente que la Unión Europea tiene que plantear una estrategia global frente a la situación de dependencia energética. Pero mucho nos tememos que la decidida vocación de nuestro Gobierno de convertir a España en una anomalía energética, no contribuye a fortalecer nuestra posición en ese punto. Ya que, mientras muchos países de nuestro entorno trabajan en superar los estándares de dependencia, nuestro Gobierno asume la dependencia del binomio Rusia-Argelia, o la realidad a día de hoy de que en un sector tan estratégico como el energético más del 80 por ciento del suministro en España está controlado por empresas extranjeras, con riesgo de que la primera petrolera del país tenga como principal accionista a un grupo muy ligado a Putin.
Es urgente reclamar más de quienes nos gobiernan. Porque hablando de dependencia energética, como hoy están haciendo los ministros en Bruselas, hora es ya de que España afronte sin miedos y sin reservas el debate nuclear. Empezando por superar la visión claramente trasnochada que subyace a la moratoria. Máxime cuando el propio titular del Ejecutivo que adoptó aquella medida es uno de los responsables públicos que con mayor claridad ha expuesto la necesidad de desarrollo de la energía nuclear en nuestro país.
Si la oposición al desarrollo de esta fuente de energía se funda en la seguridad, ésta resulta escasamente creíble cuando somos fronterizos con países como Francia o Marruecos, que afrontan ambiciosos programas de desarrollo de la energía nuclear y en el caso de un hipotético accidente, quedaríamos igualmente afectados. Si llegáramos por todo contenido del programa nuclear español al acuerdo de que éste se sustente en el alargamiento de la vida útil de las centrales existentes, sería un gran paso adelante -que aún no hemos dado con valentía y claridad. Pero tampoco nos situaría ni ante el escenario más racional, ni ante la más eficiente de las situaciones. Debemos ir a más. Aún superando el impasse nuclear, el daño en el desarrollo tecnológico sufrido por nuestras empresas en materia nuclear ha supuesto un retraso frente a nuestros vecinos. Ello nos crearía una dependencia tecnológica instada desde el ámbito público durante estos largos años de parón nuclear.
Y aún hay más. Lo preocupante de la situación es que el problema afecta al conjunto del mix energético español. En primer lugar porque cualquier fuente de energía llevada al extremo, deja de constituir por sí misma, una solución sostenible, incluso en el ámbito de las energías renovables. Hemos rastreado hasta el último confín del territorio en el que corre el viento. Pero no podemos plantar toda España de aerogeneradores. Los huertos solares han poblado en fecha reciente grandes extensiones de terreno y todo ello, muestra una evidente vocación por las fuentes renovables y alternativas de energía, que bienvenidas sean. Pero si se pretende que ahí radique la solución, no olvidemos que estaremos trabajando con criterios de sostenibilidad e indemnidad medioambiental que son necesarios, pero no suficientes para acabar con nuestra dependencia energética.
En materia de hidrocarburos el planteamiento es, como poco, errático. Se han paralizado las actividades de investigación más importantes a las que podía hacer frente nuestro país. Es un planteamiento de absoluta resignación, cuando no de fomento de la dependencia energética. Mientras, se patrocinan oleoductos y refinerías. Por ejemplo en Extremadura, con un impacto ambiental sin duda mayor que el que podría provocar el desarrollo de la energía nuclear.
Finalmente, el propio sector del gas presenta tachas evidentes del lado de la gestión pública. Dos compañías españolas fueron expulsadas el pasado año de un proyecto en Argelia que era esencial en términos de diversificación y dependencia energética. Entre tanto nuestras autoridades flanqueaban el mercado español de comercialización de gas a la todopoderosa Sonatrach. Y podríamos dar otros ejemplos.
¿Para cuándo entonces una política global en materia energética?
· Necesitamos con urgencia una política energética con planteamientos globales y realistas. Dispuesta a asumir el coste político y el coraje que ha de presumirse de quienes reciben en las urnas el mandato de dirigir los destinos del país.
· Precisamos un verdadero Plan Nacional de diversificación y ahorro que aporte algo más que soluciones voluntaristas.
· Requerimos una política realista en materia de energías renovables que les asigne el verdadero papel que pueden desarrollar en nuestro país, en forma coherente con los planteamientos de la Unión Europea. Y que no las convierta en la alternativa recaudatoria de los ayuntamientos frente a la pérdida de la actividad urbanística.
· Nos hace falta un regulador preocupado por el fondo del asunto y no exclusivamente por los movimientos empresariales.
· Es necesaria una verdadera política energética en el terreno que le es propio y no una intervención política en la ordenación y regulación de los mercados.
· Necesitamos, en definitiva, criterio y rigor. El panorama de dependencia energética en el que vivimos no es el más alentador. Por ello, con cuantas salvaguardas resulten precisas, es necesaria una apuesta decidida por la energía nuclear, en línea con lo que están haciendo el resto de países de nuestro entorno, a fin de no ser objeto de peculiaridad, estancamiento y desconexión con las políticas y objetivos de las organizaciones supranacionales de las que formamos parte.
Las épocas de crisis constituyen una buena oportunidad para el esfuerzo y la tenacidad de quienes no se resignan a perder todo aquello por lo que han luchado.
Nuestra sociedad civil está preparada para ello y en su tesón, y en su esfuerzo podemos confiar para superar una situación difícil y cada día más acuciante. ¿Están nuestros dirigentes políticos dispuestos a asumir, sin más moratoria, su responsabilidad?

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