"El paro desmiente a Zapatero", Editorial de ABC, Viernes, 09-01-09.
MÁS allá de la interpretación macroeconómica, el drama social y humano que supone el paro en España exige un análisis político riguroso. Los datos son abrumadores: en un solo año, tenemos un millón más de parados, con un incremento anual próximo al 50 por ciento, una cifra que -probablemente- carece de antecedentes a nivel internacional salvo en situaciones de catástrofe histórica. La actitud de Rodríguez Zapatero ante este desastre sin paliativos en una sociedad moderna merece una seria reflexión. No se trata sólo de las promesas incumplidas, como aquella lamentable referencia al pleno empleo como objetivo de la legislatura. Lo peor de todo es la utilización consciente, deliberada y abusiva de la propaganda al servicio del interés partidista, con la certeza de que conocía de sobra lo que se venía encima cuando afirmaba sin escrúpulos todo lo contrario.
Negar la crisis una y otra vez, calificar de «antipatriotas» a los que expresaban en voz alta esa evidencia y prometer a sabiendas lo que no podía cumplir son algo más que anécdotas en una democracia constitucional. La buena fe forma parte de las reglas del juego más elementales y es notorio que el presidente del Gobierno utilizó una estrategia sistemática de fingimiento y ocultación para ganar tiempo antes de que saltaran de forma irreversible todas las alarmas. Es, sin duda, una grave irresponsabilidad que coloca en primer plano el oportunismo sobre el interés general de los ciudadanos al que un Gobierno democrático debe servir con prioridad absoluta.
Al margen de la culpa que recae sobre los protagonistas de esta operación de marketing, no se puede ignorar la doble vara de medir que emplea en estos casos una parte de la sociedad española. Es evidente que sólo un Gobierno que se define de «izquierdas» puede contar con la complacencia de los sindicatos y con el conformismo de una opinión pública excesivamente crédula ante la retórica seudo-progresista. Si Rodríguez Zapatero hubiera sido directivo de una empresa, el resultado de su gestión habría provocado una decisión fulminante de los socios. Si fuera un político de centro derecha, nadie duda del acoso implacable por parte de muchos que ahora callan o incluso jalean ciertas ocurrencias inútiles para salir del paso. La derecha sufre así las consecuencias de la ventaja adquirida por sus adversarios en la batalla ideológica, un terreno en el que debe combatir con rigor y perseverancia porque su influencia es determinante en las democracias contemporáneas. El jefe del Ejecutivo sabía lo que tenía entre manos cuando formulaba promesas imposibles de cumplir. Supo aprovechar sin duda esa bula (facilidad negada a los demás según la Real Academia) que beneficia a todo aquel que disfraza su discurso con apelaciones al sedicente progreso y a la falsa modernidad. La cuestión, por tanto, no sólo consiste en analizar el engaño, sino también en buscar las razones que explican por qué una sociedad desarrollada compra con tanta facilidad esta mercancía averiada.
Detrás de las cifras del desempleo -convenientemente maquilladas en algún caso- se oculta un drama humano y familiar de enorme magnitud. Es llamativo que muy pocos estén dispuestos a exigir al menos explicaciones a quienes son realmente los causantes de este fenómeno. La crisis, por supuesto, es universal, pero el empeño en negar la realidad y en ocultar elementos esenciales supuso un retraso irrecuperable para adoptar las medidas imprescindibles. El centro derecha tiene que reforzar su estrategia de oposición en este terreno tan sensible de la confianza perdida para siempre por un gobernante que ha ocultado la realidad a los españoles por razones particulares y partidistas. No es justo ni es conveniente para el interés general que Rodríguez Zapatero eluda la responsabilidad política en que ha incurrido ante los ciudadanos por acción y por omisión durante el desarrollo de la crisis.
MÁS allá de la interpretación macroeconómica, el drama social y humano que supone el paro en España exige un análisis político riguroso. Los datos son abrumadores: en un solo año, tenemos un millón más de parados, con un incremento anual próximo al 50 por ciento, una cifra que -probablemente- carece de antecedentes a nivel internacional salvo en situaciones de catástrofe histórica. La actitud de Rodríguez Zapatero ante este desastre sin paliativos en una sociedad moderna merece una seria reflexión. No se trata sólo de las promesas incumplidas, como aquella lamentable referencia al pleno empleo como objetivo de la legislatura. Lo peor de todo es la utilización consciente, deliberada y abusiva de la propaganda al servicio del interés partidista, con la certeza de que conocía de sobra lo que se venía encima cuando afirmaba sin escrúpulos todo lo contrario.
Negar la crisis una y otra vez, calificar de «antipatriotas» a los que expresaban en voz alta esa evidencia y prometer a sabiendas lo que no podía cumplir son algo más que anécdotas en una democracia constitucional. La buena fe forma parte de las reglas del juego más elementales y es notorio que el presidente del Gobierno utilizó una estrategia sistemática de fingimiento y ocultación para ganar tiempo antes de que saltaran de forma irreversible todas las alarmas. Es, sin duda, una grave irresponsabilidad que coloca en primer plano el oportunismo sobre el interés general de los ciudadanos al que un Gobierno democrático debe servir con prioridad absoluta.
Al margen de la culpa que recae sobre los protagonistas de esta operación de marketing, no se puede ignorar la doble vara de medir que emplea en estos casos una parte de la sociedad española. Es evidente que sólo un Gobierno que se define de «izquierdas» puede contar con la complacencia de los sindicatos y con el conformismo de una opinión pública excesivamente crédula ante la retórica seudo-progresista. Si Rodríguez Zapatero hubiera sido directivo de una empresa, el resultado de su gestión habría provocado una decisión fulminante de los socios. Si fuera un político de centro derecha, nadie duda del acoso implacable por parte de muchos que ahora callan o incluso jalean ciertas ocurrencias inútiles para salir del paso. La derecha sufre así las consecuencias de la ventaja adquirida por sus adversarios en la batalla ideológica, un terreno en el que debe combatir con rigor y perseverancia porque su influencia es determinante en las democracias contemporáneas. El jefe del Ejecutivo sabía lo que tenía entre manos cuando formulaba promesas imposibles de cumplir. Supo aprovechar sin duda esa bula (facilidad negada a los demás según la Real Academia) que beneficia a todo aquel que disfraza su discurso con apelaciones al sedicente progreso y a la falsa modernidad. La cuestión, por tanto, no sólo consiste en analizar el engaño, sino también en buscar las razones que explican por qué una sociedad desarrollada compra con tanta facilidad esta mercancía averiada.
Detrás de las cifras del desempleo -convenientemente maquilladas en algún caso- se oculta un drama humano y familiar de enorme magnitud. Es llamativo que muy pocos estén dispuestos a exigir al menos explicaciones a quienes son realmente los causantes de este fenómeno. La crisis, por supuesto, es universal, pero el empeño en negar la realidad y en ocultar elementos esenciales supuso un retraso irrecuperable para adoptar las medidas imprescindibles. El centro derecha tiene que reforzar su estrategia de oposición en este terreno tan sensible de la confianza perdida para siempre por un gobernante que ha ocultado la realidad a los españoles por razones particulares y partidistas. No es justo ni es conveniente para el interés general que Rodríguez Zapatero eluda la responsabilidad política en que ha incurrido ante los ciudadanos por acción y por omisión durante el desarrollo de la crisis.
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