José Luis Rodríguez Zapatero será reconocido el siglo próximo como uno de los gobernantes que más hizo por la llegada de un nuevo modelo de relaciones sociales basado en la ausencia de estado.
La labor zapaterista de demolición de la forma estatal de gobierno por medio de fomentarla hasta el paroxismo será algún día reconocida por los anarcocapitalistas, unos adelantados a su tiempo que consideran que la libre organización de la convivencia a través de acuerdos privados es muy superior a la socialdemocracia característica de los sistemas occidentales desde la II Guerra Mundial, un invento moderno que no da ya mucho más de sí.
La labor zapaterista de demolición de la forma estatal de gobierno por medio de fomentarla hasta el paroxismo será algún día reconocida por los anarcocapitalistas, unos adelantados a su tiempo que consideran que la libre organización de la convivencia a través de acuerdos privados es muy superior a la socialdemocracia característica de los sistemas occidentales desde la II Guerra Mundial, un invento moderno que no da ya mucho más de sí.
Es evidente que ZP está destruyendo el estado involuntariamente.
Él cree que la mejor forma de fortalecerlo es convertirlo en una máquina que cada vez coarte más la libertad individual, grotesca ironía que a estas alturas ningún socialista es capaz de apreciar en sus justos términos.
El llamado Estado del Bienestar, expresión con la que denominamos a un sistema de racionamiento de bienes y servicios cuya prestación se arroga el gobierno en exclusiva, es insostenible, como cualquier otra estafa piramidal.
En el caso de nuestro sistema de (des)protección social, se da la circunstancia agravante de que los perceptores de ingresos por todos los conceptos no dejan de aumentar, mientras los cotizantes que están en la base forman un conjunto cada vez más reducido; y todo esto se produce a un ritmo vertiginoso.Los cuatro millones de parados, cifra que Zapatero, Solbes y Corbacho juraban por sus muertos que jamás alcanzaríamos, ya están aquí, y eso que todavía nos queda por descender la mitad del precipicio.
En esta tesitura, las pensiones públicas no corren peligro alguno, en efecto; pero por la sencilla razón de que dejarán de existir, así que será imposible que les ocurra nada.
Pero es que, además, las clases ociosas que viven del dinero de los contribuyentes son cada vez más numerosas, y cada vez devoran una porción mayor del presupuesto.
Funcionarios (tres millones), sindicatos sin afiliados, artistas sin clientes, cineastas sin público; oenegés, observatorios de cualquier objeto de observación incluido en la agenda progresista; políticos, analfabetos funcionales o no, con su legión de asesores y gastos suntuarios de todo tipo, forman una casta privilegiada que consume ingentes recursos públicos y agravan el desequilibrio financiero de la nación.Ante ese panorama, la respuesta alocada de Zapatero es acelerar aún más el dispendio; hasta que todo el entramado estalle, en medio de una revuelta global.
En efecto, la receta socialista es: "Más gasto público"; que es precisamente lo contrario de lo que cualquier mente sensata sugeriría para aliviar la recesión. No sabemos si este será el fin del estado socialdemócrata, pero es difícil que de este proceso de descomposición acelerada no surja una alternativa que cuestione los fundamentos del sistema actual.
Por si todo lo anterior no fuera suficiente, Zapatero está llevando a cabo de forma meticulosa la desarticulación de la idea de estado moderno centralizado, surgida tras la revolución francesa, mediante la continua cesión de soberanía a las nacioncitas periféricas, alguna de las cuales está en pleno proceso de secesión bilateral.
Igual algún día la gente industriosa, asfixiada por el clima de opresión política y fiscal, decide autodeterminarse de la casta autonómica y terminamos como los imperios europeos de finales de la Edad Media, con doscientas ciudades libres y un puñado de principados y ducados unidos políticamente, con salvaguarda de los fueros particulares.
Zapatero es un adelantado, un visionario, un personaje destacado en la evolución política de las naciones de Occidente, un campeón de la destrucción del orden socialdemócrata.
Los ancaps deberían estar entusiasmados con este personaje, un quintacolumnista que barrena sin descanso los pilares del edificio del estado coactivo que tanto dicen odiar. Si yo perteneciera a esa tribu, probablemente acabaría votándole. Tal vez sea éste uno de los pocos casos en que el fin sí justifique los medios.
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