LA COMPARECENCIA de Zapatero ayer en el Congreso para explicar la crisis de Gobierno puso de manifiesto que el presidente ha fracasado en su intento de dar un golpe de efecto para generar confianza mediante la sustitución de Solbes por Salgado y la incorporación de dos políticos curtidos como Chaves y Blanco en el Consejo de Ministros.
La oposición dejó muy claro que no está dispuesta a conceder al nuevo Gabinete ni los 100 días de gracia protocolarios, ni los 30 que de forma oficiosa había pedido el entorno del presidente. El que Zapatero no fuera capaz de explicar con seriedad y rigor las razones que han motivado el cambio de banquillo ha acentuado más si cabe su aislamiento parlamentario y ha contribuido a consolidar la certidumbre de que carece de un planteamiento serio para sacar a España del atolladero económico.
Zapatero aventuró que nuestro país se encuentra «en la primera línea de la esfera internacional», presentó los cambios de su Gabinete como un ajuste a los criterios de la cumbre del G-20 y los justificó en la necesidad «de acelerar la recuperación» y de «mantener vivas las señas de identidad del proyecto progresista, como son las políticas sociales y la cultura española». Lo cierto es que con argumentos tan endebles y absurdos sólo consiguió recalcar el grado de improvisación con que ejecutó el cambio de carteras ministeriales.
Todos los partidos vapulearon a Zapatero y se mostraron muy críticos con el nombramiento de Chaves como vicepresidente de Política Territorial, pero especialmente certero y contundente fue Mariano Rajoy. El líder del PP ironizó sobre la insospechada relación entre el G-20 y el relevo de César Antonio de Molina y puso el dedo en la llaga cuando aseguró que «al no querer enmendarse en sus políticas», Zapatero sólo conseguirá que marchemos «mucho más resueltamente hacia el abismo».
El presidente salpicó de descalificaciones contra sus rivales políticos su habitual voluntarismo, si bien volvió a fiar la recuperación económica a las medidas puestas en marcha hasta ahora y a una «potencial reactivación del consumo» como consecuencia de un futurible aumento de la confianza. Es ilusorio pensar que los ciudadanos vayan a mejorar su percepción sobre el futuro por un mero cambio de caras en el Gobierno. Sobre todo, cuando las políticas acometidas se han revelado ineficaces -si no contraproducentes- para frenar el deterioro económico. Y más aún, cuando todos los organismos solventes vaticinan que el temporal, lejos de amainar, se agravará.
De hecho, los llamamientos a la confianza de Zapatero en el Congreso volvieron ayer a darse de bruces contra las previsiones del Fondo Monetario Internacional. Los portavoces de la institución económica esbozaron el abismo al que había hecho referencia Rajoy, al advertir de que la recesión en España durará al menos un año y medio, que nuestro PIB caerá un 3% en 2009 y que en 2010 nos acercaremos a una tasa de paro de casi el 20%, más del doble de la media pronosticada para las economías desarrolladas. Además, ha previsto un año «muy difícil» para la banca española, por lo que ha augurado fusiones. En este sentido, la Confederación Española de Cajas de Ahorros reprochó ayer al Gobierno que no esté elaborando un plan de contingencia para el sistema financiero que contemple riesgos «catastróficos». Zapatero perdió una oportunidad al optar sólo por un cambio de nombres en el Gobierno. Sólo un cambio radical de política, en pos de un pacto de Estado que incluya estrictas medidas de ahorro en todas las administraciones y una reforma laboral en profundidad, podrán apartarlo -y salvarnos a todos- del precipicio al que nos dirigimos.
Zapatero aventuró que nuestro país se encuentra «en la primera línea de la esfera internacional», presentó los cambios de su Gabinete como un ajuste a los criterios de la cumbre del G-20 y los justificó en la necesidad «de acelerar la recuperación» y de «mantener vivas las señas de identidad del proyecto progresista, como son las políticas sociales y la cultura española». Lo cierto es que con argumentos tan endebles y absurdos sólo consiguió recalcar el grado de improvisación con que ejecutó el cambio de carteras ministeriales.
Todos los partidos vapulearon a Zapatero y se mostraron muy críticos con el nombramiento de Chaves como vicepresidente de Política Territorial, pero especialmente certero y contundente fue Mariano Rajoy. El líder del PP ironizó sobre la insospechada relación entre el G-20 y el relevo de César Antonio de Molina y puso el dedo en la llaga cuando aseguró que «al no querer enmendarse en sus políticas», Zapatero sólo conseguirá que marchemos «mucho más resueltamente hacia el abismo».
El presidente salpicó de descalificaciones contra sus rivales políticos su habitual voluntarismo, si bien volvió a fiar la recuperación económica a las medidas puestas en marcha hasta ahora y a una «potencial reactivación del consumo» como consecuencia de un futurible aumento de la confianza. Es ilusorio pensar que los ciudadanos vayan a mejorar su percepción sobre el futuro por un mero cambio de caras en el Gobierno. Sobre todo, cuando las políticas acometidas se han revelado ineficaces -si no contraproducentes- para frenar el deterioro económico. Y más aún, cuando todos los organismos solventes vaticinan que el temporal, lejos de amainar, se agravará.
De hecho, los llamamientos a la confianza de Zapatero en el Congreso volvieron ayer a darse de bruces contra las previsiones del Fondo Monetario Internacional. Los portavoces de la institución económica esbozaron el abismo al que había hecho referencia Rajoy, al advertir de que la recesión en España durará al menos un año y medio, que nuestro PIB caerá un 3% en 2009 y que en 2010 nos acercaremos a una tasa de paro de casi el 20%, más del doble de la media pronosticada para las economías desarrolladas. Además, ha previsto un año «muy difícil» para la banca española, por lo que ha augurado fusiones. En este sentido, la Confederación Española de Cajas de Ahorros reprochó ayer al Gobierno que no esté elaborando un plan de contingencia para el sistema financiero que contemple riesgos «catastróficos». Zapatero perdió una oportunidad al optar sólo por un cambio de nombres en el Gobierno. Sólo un cambio radical de política, en pos de un pacto de Estado que incluya estrictas medidas de ahorro en todas las administraciones y una reforma laboral en profundidad, podrán apartarlo -y salvarnos a todos- del precipicio al que nos dirigimos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario