jueves, 23 de abril de 2009

¿Libros? ¡Para qué!


Isabel San Sebastian en El Mundo.
CON ESTE calendario en el que cada jornada ya no tiene su afán ni su santo, sino su advocación laica, hoy celebramos el Día del Libro: festividad dedicada a esos templos del saber de los que tan poco sabe la ministra de Cultura, mucho más ducha en el arte de conseguir subvenciones, y a esa actividad, la lectura, que sitúa a España a la cola de los estados estudiados por la OCDE. Estamos en el puesto 37 de 53, y bajando. Nuestros chicos no comprenden lo que leen, ni siquiera cuando tienen el privilegio de hacerlo en su lengua materna.
Habrá quien aduzca que esta efeméride es un invento de la industria editorial para engrosar su cuenta de resultados en un país en el que cada vez sale más papel de las imprentas al tiempo que nuestros hábitos lectores menguan (dos puntos menos hoy que en 2007), hasta el punto de que un 45% de compatriotas (o compatriotos habría que decir, toda vez que ésta es una saludable práctica mayoritariamente femenina) ignora el placer que proporciona el contacto con una historia encuadernada. Pues bienvenido sea el subterfugio.
Decía Borges que uno no es lo que es por lo que ha escrito, sino por lo que ha leído, lo que a todos nos brinda una oportunidad de construirnos como personas. Precisaba Unamuno, español universal a fuer de vasco, que el nacionalismo se cura viajando y leyendo; esto es, ampliando las fronteras del espíritu por el procedimiento de ensanchar las de la experiencia y la imaginación. No hacía sino glosar a Cervantes (ése que da nombre a un colegio ibicenco en el que se castiga a un niño por expresarse en español), que nos había dejado escrito aquello de «quien lee mucho y anda mucho, ve mucho y sabe mucho». Ahí, precisamente, debe estar el problema.
Desde que Gutenberg descubrió el modo de democratizar el acceso al conocimiento, abaratando el coste de fabricación de libros y multiplicando así su difusión, el poder ha buscado incansablemente el modo de controlar este proceso. El analfabetismo ha sido su aliado secular. La censura, con ese índice de infausto recuerdo como promotor y pionero, el principal instrumento de persecución.
Ahora hemos llegado al entontecimiento consentido a través de la televisión, que, junto a la mayoría de los videojuegos, constituye un misil lanzado al punto exacto del cerebro donde se genera el pensamiento. Cuanta menos reflexión, menos crítica y más capacidad de manipulación. A menor comprensión, mejor disposición al adoctrinamiento. Los libros nos hacen libres. Moraleja: ¡No leas!

1 comentario:

Stratego dijo...

No debería leer este e-libro:
http://www.personal.able.es/cm.perez/Extracto_de_EL_ARTE_DE_LA_VENTAJA.pdf