El día en que supimos que pasábamos de los cuatro millones de parados leí el siguiente: Los crucigramas, los sudokus, teléfonos móviles, revistas y periódicos, ninguno consiguen distraerme del olor que dejan los sueños rotos en la sala de espera de la oficina del paro.
Lo he leído una y otra vez y, si pudiera, le recomendaría a Zapatero que hiciera como Machado con sus esbozos de poema: lo escribiría en un papel, lo doblaría bien y lo llevaría siempre en el bolsillo. Por si se le ocurre algo, vaya.
Un país que en un año genera la mitad de los parados de Europa tiene un problema. Me duele escribirlo, pero vivo en un país sospechoso. Quien manda no sabe cómo frenar esta herida que desangra a los parados, pero también a los que, desconcertados, asistimos a este espectáculo de los sueños rotos.
Un país que en un año genera la mitad de los parados de Europa tiene un problema. Me duele escribirlo, pero vivo en un país sospechoso. Quien manda no sabe cómo frenar esta herida que desangra a los parados, pero también a los que, desconcertados, asistimos a este espectáculo de los sueños rotos.
Poco importa que los que decimos estas cosas seamos sospechosos y nos tilden de antiespañoles -Yo sé quien soy, que decía Don Quijote-, importa que tenemos un Gobierno desnortado que no sabe qué hacer con las manos.
Instalado en el desacierto, sólo hay lugar para la propaganda y para apelar a las políticas sociales y progresistas. Qué cosas.
Con adjetivos prometieron el pleno empleo, anunciaron que adelantaríamos en renta per capita a los italianos e igualaríamos a los franceses; negaron la crisis, la recesión, los tres millones de parados y ahora los cuatro. Repartieron carnets de patriotas, después de decir que España era un concepto discutido y discutible.
¿Qué hace el ministro de Trabajo en su despacho? Lo mismo que el dinosaurio de Monterroso: estar allí. Si en lo político hubiera decencia, si la pusiéramos al nivel de la coherencia, y la coherencia en el mismo plano que el riesgo y la audacia, el ministro de Trabajo estaría ya en su pueblo, Hospitalet de Llobregat.
Con adjetivos prometieron el pleno empleo, anunciaron que adelantaríamos en renta per capita a los italianos e igualaríamos a los franceses; negaron la crisis, la recesión, los tres millones de parados y ahora los cuatro. Repartieron carnets de patriotas, después de decir que España era un concepto discutido y discutible.
¿Qué hace el ministro de Trabajo en su despacho? Lo mismo que el dinosaurio de Monterroso: estar allí. Si en lo político hubiera decencia, si la pusiéramos al nivel de la coherencia, y la coherencia en el mismo plano que el riesgo y la audacia, el ministro de Trabajo estaría ya en su pueblo, Hospitalet de Llobregat.
Sólo la vicepresidenta Salgado, diligente y digna, da la cara, pero no desecha la intranquilidad que se ha instalado en Zapatero. Mi problema es que cuando lo veo sólo encuentro a un hombre superado. Vencido.
Y puesto que de microrrelatos hablamos, me arriesgo y concluyo: Sacó un papel de su bolsillo que decía: a qué huelen los sueños rotos. Y se durmió.
fmadero@puntoradio.com
Y puesto que de microrrelatos hablamos, me arriesgo y concluyo: Sacó un papel de su bolsillo que decía: a qué huelen los sueños rotos. Y se durmió.
fmadero@puntoradio.com
No hay comentarios:
Publicar un comentario