M. MARTÍN FERRAND
ESPAÑA es, desde siempre, un país desesperanzador con breves intervalos en los que brota la ilusión. El problema actual reside en que el desaliento es, cada día que pasa, de mayor intensidad y más arraigado fundamento y, además, se debilita la paciencia ciudadana. Vivimos un problema económico profundo que compromete nuestro presente y, sobre todo, el futuro de las nuevas generaciones; pero, en un ataque de irresponsabilidad colectiva, todos los planos del poder -nacional, autonómico, provincial y local- están ensimismados en su propia identidad, en sus pequeñas ambiciones y en asuntos mínimos y episódicos. Las leyes que, por ejemplo, perpetra el Gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero, desde la relativa a la interrupción del embarazo a la de igualdad de trato (!), hablan por sí mismas del desenfoque y la ignorancia que acompañan a sus integrantes.
El debate político nacional se centra en los trajes de Francisco Camps, en la mudanza de Rosa Aguilar -el último estertor de IU-, en las triquiñuelas de los pretorianos presidenciales y, cuando mucho, en la consideración de alguno de los efectos del desastre autonómico; pero, para nuestra desgracia, en nada de mayor enjundia. Hemos sobrepasado los cuatro millones de parados e incluso en el PP, en donde anida una mínima reserva de capacidad y talento económicos, lo que interesa es quiénes estarán, o no estarán, en la lista para el Parlamento Europeo que, como Francisco Franco y sus Cuarenta de Ayete, se guisa en solitario Mariano Rajoy.
Todo lo que no sea centrar la atención de las fuerzas políticas y sociales en la tarea de abordar y empequeñecer las crisis económicas que nos arruinan es temerario. Insolvente. Es inmoral en una situación como la que nos afecta que el Gobierno anteponga el electoralismo a la eficacia gestora porque está en juego el pan de los ciudadanos. Zapatero parece incapaz de olvidar su beatífico buenismo en beneficio de una acción drástica, inevitablemente antipática, que recorte gastos, reduzca privilegios, anule sinecuras y haga posible una resurrección de la economía española. En Andalucía ya está parado uno de cada cuatro trabajadores: un espejo en el que hay que ir mirándose porque así estará el resto de España antes de un año. Sólo José María Aznar dice tenerlo claro y se dispone a presentarnos su fórmula en un libro -España puede salir de la crisis- de próxima aparición.
ESPAÑA es, desde siempre, un país desesperanzador con breves intervalos en los que brota la ilusión. El problema actual reside en que el desaliento es, cada día que pasa, de mayor intensidad y más arraigado fundamento y, además, se debilita la paciencia ciudadana. Vivimos un problema económico profundo que compromete nuestro presente y, sobre todo, el futuro de las nuevas generaciones; pero, en un ataque de irresponsabilidad colectiva, todos los planos del poder -nacional, autonómico, provincial y local- están ensimismados en su propia identidad, en sus pequeñas ambiciones y en asuntos mínimos y episódicos. Las leyes que, por ejemplo, perpetra el Gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero, desde la relativa a la interrupción del embarazo a la de igualdad de trato (!), hablan por sí mismas del desenfoque y la ignorancia que acompañan a sus integrantes.
El debate político nacional se centra en los trajes de Francisco Camps, en la mudanza de Rosa Aguilar -el último estertor de IU-, en las triquiñuelas de los pretorianos presidenciales y, cuando mucho, en la consideración de alguno de los efectos del desastre autonómico; pero, para nuestra desgracia, en nada de mayor enjundia. Hemos sobrepasado los cuatro millones de parados e incluso en el PP, en donde anida una mínima reserva de capacidad y talento económicos, lo que interesa es quiénes estarán, o no estarán, en la lista para el Parlamento Europeo que, como Francisco Franco y sus Cuarenta de Ayete, se guisa en solitario Mariano Rajoy.
Todo lo que no sea centrar la atención de las fuerzas políticas y sociales en la tarea de abordar y empequeñecer las crisis económicas que nos arruinan es temerario. Insolvente. Es inmoral en una situación como la que nos afecta que el Gobierno anteponga el electoralismo a la eficacia gestora porque está en juego el pan de los ciudadanos. Zapatero parece incapaz de olvidar su beatífico buenismo en beneficio de una acción drástica, inevitablemente antipática, que recorte gastos, reduzca privilegios, anule sinecuras y haga posible una resurrección de la economía española. En Andalucía ya está parado uno de cada cuatro trabajadores: un espejo en el que hay que ir mirándose porque así estará el resto de España antes de un año. Sólo José María Aznar dice tenerlo claro y se dispone a presentarnos su fórmula en un libro -España puede salir de la crisis- de próxima aparición.
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