domingo, 12 de octubre de 2008

España


(...) "un viejo conocido, Juan Palomino, me reta a escribir una Tercera que se titule España. «Así, España, sin más»
(...) Me explica, que los columnistas de nuestros periódicos sienten vergüenza de citar a España en sus artículos.
(...) me siento la mitad venezolano y la mitad cubano, que es mi mejor manera de sentirme un español canario que ha vivido ya más de la mitad de su vida en Madrid. Repárese que español es lo sustantivo y que todo lo demás se incluye dentro de ese sentimiento nada nacionalista de abrazar cuanto me gusta ser por voluntad propia sin dejar de ser lo que soy sustancial y esencialmente.

(...) Verdad que, a veces y por temporadas, el nombre de España, y todo lo secular y nuevo que ese nombre representa, parece proscrito en determinados medios informativos y políticos, pero la realidad es que poco o nada deja de estar España y su nombre encima de la mesa de cualquiera y en la conversación de la gente normal. Otra cosa bien distinta, por desgracia, son las clases dirigentes (no sólo la política) de determinadas regiones del país, entregadas a la molicie provinciana y a la idolatría nacionalista en estos tiempos que corren tan deprisa. Lo más fantástico de todo es presentar ante los ciudadanos esa idolatría como algo moderno y con futuro, en lugar de lo que es y resulta sin paliativo alguno: la máscara del más arcaico y rancio tribalismo, la ancestral manía de la aldea, la visión que no va más allá de la esquina sobre la que el jefe pretende mandar y ordenar la vida de los feligreses.

Cierto que, como en todas partes, en España también se han cocido y se cuecen habas, y hoy como ayer hay partidarios de una España cerrada a cal y canto, un país encerrado en sí mismo que tenga como símbolo de falsa grandeza y de ribetes imperiales el nombre de España, que es patrimonio de todos los ciudadanos de este país.

Cierto que en la primera legislatura de Zapatero los nuevos socialistas no pusieron mucho interés en España sino en ellos mismos y en mantenerse en el poder con el apoyo de quienes, por derechos propio, no quieren ser españoles. Allá ellos. Cierto también que los conservadores españoles hicieron durante esa legislatura un papel bastante vergonzoso, con una frase repugnante que marcaba el principio del apocalipsis inmediato: se rompe España. Así les ha ido en las últimas elecciones.
De España hay que seguir hablando siempre, porque el nuestro es un país dinámico, con gente muy vieja y generaciones muy jóvenes y más preparadas que las anteriores, gracias al esfuerzo de la totalidad de la sociedad española que ha trabajado para ponerse a la altura de nuestro entorno y nuestro tiempo.

Una vez (...) hablaba en la mesa con un dirigente popular, Miguel Ángel Cortés, a quien le dije exactamente, y contestando a su sospecha de que nuestro país estaba rompiéndose, que España era un país «terminado». No me entendió y recuerdo que, por momento, trató de articular una respuesta llena de furia. «Terminado», le expliqué, es un país demasiado viejo para que los aldeanismos institucionales y los políticos de toda laya y condición puedan romperlo; «terminado» es un gran país histórico y plural al que sólo ponen en duda minorías empecinadas en sus intereses disfrazados de política; «terminado» es un país que desde fuera se ve así, «terminado», hecho, sin más ni menos territorios de cuanto se están históricamente viendo. Y todo eso, le repetí, a pesar de los nacionalismos soberbios y de la partitocracia española, que no encuentra el momento, o no quiere o no sabe, cambiar las leyes electorales para que éstas beneficien a las mayorías y nunca a las minorías, lo que sería (y aquí es) un contrasentido democrático.
De modo que España no es un país perfecto. Ninguno en el mundo lo es. De manera que, como todos los países, son un paraíso en algunas cosas y un desastre en otras, pero conviene de cuando en vez darse unas vuelta por el exterior para poder comparar los precios y los valores de la vida y para darnos cuenta de que el país que criticamos tanto, España, no es ni más ni menos criticable que cualquier otro. Con la diferencia de que éste, España, es el nuestro desde hace quinientos años, para bien y para mal, con todas las decadencias y resurrecciones que la historia del país ha tenido, con todas las guerras y las paces que hemos hecho a lo largo y ancho de los tiempos, con toda la fauna y la flora que nos ha convertido, con la ayuda de los demás países de la UE, en lo que hoy somos con todas las consecuencias.
Siempre habrá pensadores e ideólogos españoles que vuelvan al eterno retorno del «problema de España» cada vez que ellos mismos tiemblen de dudas en su interior, pero para bien o para mal eso no llega al corazón ni a la memoria de las gentes que todos los días hacen el país, al margen de los políticos que haciéndola a su modo tratan de deshacerla, y de que aquellos otros que componen las minorías nacionalistas y tratan inútilmente de marcharse y que España deje de ser lo que históricamente ha sido y es, tal como nos ven desde Europa o desde cualquier parte del mundo.
Cualquier español se sorprende de que un francés o un sueco se sorprendan de que sólo los españoles ponemos en duda el país del que somos naturales. Cosas de la paradoja española, de la picaresca histórica de las clases dirigentes y de la incapacidad de los pensadores para entender y explicar España como la expresión plural e integral de un país entero.
Mañana, la partitocracia del sistema democrático español, de muy baja calidad por eso mismo (por la partitocracia), se pondrá de acuerdo para repensar la ley electoral de España. Y hará bien en decidirlo cuanto antes, no porque temamos por la inmediata balcanización del país, que ya es el miedo acendrado de muchos, sino porque salir cuanto antes de los errores cometidos resulta siempre más ventajoso para todos que refocilarse, como se está haciendo, en un estado de cosas que salta a la vista que perjudica al país entero.
No sé si lo que acabo de escribir es la declaración de un optimista (mal informado) o de un ciudadano que mira la historia de España con una cierta calma luego de tantas convulsiones, decadencias y terremotos.

No es lo mismo soplar que hacer botellas, y hoy no nos duele España por las mismas razones que tenía Unamuno y todo el 98. Hemos caminado hacia delante y España, pese a los maleficios y las profecía apocalípticas, es otra cosa muy moderna, sin dejar de ser otra muy vieja y con historia propia.
J. J. ARMAS MARCELO
Escritor.- ABC, 12 octubre 2008.

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