M. MARTÍN FERRAND.- Miércoles, 25-02-09.- ABC
No conviene equivocarse: en España, desde siempre, el mal ajeno tiende a producir más satisfacciones que el bien propio y ese es uno de los epígrafes, entre muchos, que frenan el desarrollo nacional y limitan la calidad ética de nuestra convivencia.
No conviene equivocarse: en España, desde siempre, el mal ajeno tiende a producir más satisfacciones que el bien propio y ese es uno de los epígrafes, entre muchos, que frenan el desarrollo nacional y limitan la calidad ética de nuestra convivencia.
Solidaridad es una palabra, por la derecha y por la izquierda, que cuando no resulta hueca tiende a parecer subversiva.
Aquí gustan los sacrificios humanos. En la mayoría de los países de eso que decimos nuestro entorno un mutis como el de Mariano Fernández Bermejo -que sigue sin explicarnos las razones de su dimisión- hubiera sido acompañado por el desdén de sus próximos y el desprecio de sus adversarios. Sin más. Aquí, por el contrario, verle arder en la pira de la opinión pública genera una gran satisfacción que nadie trata de ocultar. Los mismos diputados que hace unos días le aclamaban -«¡torero, torero!»- en uno de sus zafios desplantes parlamentarios son hoy los primeros en denostarle.
Estas ceremonias cainitas, a mitad de camino entre la saña justiciera y la intolerancia vital, suelen ejercer una función catártica en la sociedad. Es, a mayores, algo parecido a las risotadas que suele producir que alguien esté a punto de partirse la espalda después de resbalar con una piel de plátano. Así, además de envilecernos como personas, no prosperamos como ciudadanos ni nos fortalecemos como Nación. España atraviesa un conjunto de crisis que pueden acabar con ella y un Bermejo de más o de menos no aliviará nuestro incierto futuro.
ETA sigue vivita y coleando, la seguridad ciudadana decrece tanto como engorda el paro, que ya se palpa, y las circunstancias económicas, globalmente adversas, aquí llegan a la catástrofe sin que el Gobierno ni las instituciones del Estado, del Banco de España en adelante, hagan algo concreto y rotundo para evitarlo. Y todos tranquilos. Unos reanimando muertos americanos para ganar las elecciones en Galicia y otros en la cábala de las posibles coaliciones vascas. Nadie en lo que debe y España necesita: en el rigor y la exigencia. El Gobierno y la Oposición compiten en vaciedad intransitiva.
Aquí gustan los sacrificios humanos. En la mayoría de los países de eso que decimos nuestro entorno un mutis como el de Mariano Fernández Bermejo -que sigue sin explicarnos las razones de su dimisión- hubiera sido acompañado por el desdén de sus próximos y el desprecio de sus adversarios. Sin más. Aquí, por el contrario, verle arder en la pira de la opinión pública genera una gran satisfacción que nadie trata de ocultar. Los mismos diputados que hace unos días le aclamaban -«¡torero, torero!»- en uno de sus zafios desplantes parlamentarios son hoy los primeros en denostarle.
Estas ceremonias cainitas, a mitad de camino entre la saña justiciera y la intolerancia vital, suelen ejercer una función catártica en la sociedad. Es, a mayores, algo parecido a las risotadas que suele producir que alguien esté a punto de partirse la espalda después de resbalar con una piel de plátano. Así, además de envilecernos como personas, no prosperamos como ciudadanos ni nos fortalecemos como Nación. España atraviesa un conjunto de crisis que pueden acabar con ella y un Bermejo de más o de menos no aliviará nuestro incierto futuro.
ETA sigue vivita y coleando, la seguridad ciudadana decrece tanto como engorda el paro, que ya se palpa, y las circunstancias económicas, globalmente adversas, aquí llegan a la catástrofe sin que el Gobierno ni las instituciones del Estado, del Banco de España en adelante, hagan algo concreto y rotundo para evitarlo. Y todos tranquilos. Unos reanimando muertos americanos para ganar las elecciones en Galicia y otros en la cábala de las posibles coaliciones vascas. Nadie en lo que debe y España necesita: en el rigor y la exigencia. El Gobierno y la Oposición compiten en vaciedad intransitiva.
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