"El mundo entero celebra estos días el segundo centenario del nacimiento de Charles Darwin, aquel gigante de la ciencia al que persiguieron y del que se mofaron innumerables enanos cuyos nombres ya nadie se molesta en recordar. Con las pruebas que proporcionó sobre el origen de las especies, el eminente naturalista inglés nos arrancó del limbo absurdo en el que nos habían colocado mitos y religiones, incardinándonos en la realidad de la naturaleza y en la verdad del universo. Fue uno de esos hombres geniales que nos han hecho despertar a la luz de la racionalidad. Como Galileo. Como Newton. Como Einstein. Como los develadores de la íntima realidad contenida en nuestras neuronas o en nuestro ADN. Como tantos y tantos otros que lucharon a brazo partido contra quienes viven de obscurantismos que les dan poder. Darwin escribió páginas imprescindibles en el único libro de la revelación al que conviene mirar con esperanza y que no es otro que el libro de la ciencia. De este libro, sólo de él, han de llegarnos en el futuro las respuestas a cuantas incógnitas seguimos hoy albergando. Es una obra meticulosa que la humanidad redacta paulatinamente, que no necesita dogmas que obliguen a cerrar los ojos, que somete cuanto afirma al rigor y al contraste empírico de todo tiempo y de todo lugar, que sabe corregir, mejorar, enriquecer y superar cualquier párrafo cuando se hace preciso. Quizá, por todo esto temen tanto al libro de la ciencia los que se empeñan en que sigamos bebiendo en fuentes de enfermiza iluminación. Y son muchos todavía, por desgracia, los que se empeñan en imponer textos que llaman sagrados porque atan al hombre a quimeras metafísicas de las que ellos se proclaman máximos representantes. Liberándonos de creacionismos mitológicos y de parentescos sanguíneos con los dioses, Darwin nos enfrentó a nuestra propia realidad. Nos hizo sentir gloriosamente humanos y nos invitó a la madurez responsable, obligándonos a buscar valores en los que sustentarnos, que fuesen más firmes que los valores emanados antes de espectros invisibles que habitaban en invisibles olimpos. Nos responsabilizó de nuestros códigos de conducta y de nuestro destino en la tierra. Nos enseñó que estamos construidos con los mismos ladrillos del cosmos y nos demostró que somos eslabón de otros eslabones. Si algo perdimos abandonando los ensueños angelicales en los que nos mecíamos ayer, es mucho mayor el placer que hemos ganado: sabernos seres a medio camino entre el átomo y la galaxia, seres pensantes que, como decía anteriormente, formamos parte de la única verdad que ha de importarnos: la verdad del universo".
Quedo asombrado de todo cuanto se dice que hizo Darwin, aunque los amantes de la filosofía (del saber y de la verdad) nacieron en el albor de la humanidad; seguro que Darwin participó de ese amor y, como "sabio", planteo preguntas que aún están sin resolver. Una de ellas el "problema del origen del hombre o mujer", otra el sentido que pueda tener el "ser eslabón de otros eslabones", otra el para qué... y así en hacernos y preguntas y buscar respuestas andamos, como anduvo Darwin.
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