miércoles, 11 de febrero de 2009

Labordeta


Siempre y cuando la puñetera próstata se lo permita, José Antonio Labordeta quiere recobrar su «acta» de cantor grabando un par de discos.
Ex-diputado por la Chunta Aragonesista en la Carrera de San Jerónimo durante dos legislaturas.
De aquellos días en el hemiciclo, de aquellas tardes entre disposiciones adicionales, leyes más o menos orgánicas y recomendaciones a sus rivales políticos de que se fueran a la «m» por no mandarlos a tomar por donde amargan los pepinos, el zaragozano y aragonés de pro («Polvo, niebla, viento y sol, y donde hay agua una huerta... esta tierra es Aragón», cantó hace años, muchos años) deja ahora constancia en «Memorias de un beduino en el Congreso de los Diputados» (Ediciones B), que hoy presenta en el Círculo de Bellas Artes, escoltado por la ministra de Defensa, Carme Chacón, y la periodista Pepa Bueno.
Un libro moderadamente amable, donde antes que ajustar cuentas con el pasado inmediato traza un retrato de sus colegas más irónico y mordaz que grueso, el de un hombre capaz de distinguir el talante (y hasta el talento) de un compañero de escaño por el simple lustre de sus zapatos. «Me pasé los dos primeros años de diputado como un beduino, sin enterarme de nada, y perplejo cuando oía términos como «PNL»» (proposición no de ley).
Labordeta formó parte durante ocho años de ese cajón de sastre que es el grupo mixto, que en sus penurias también daba para hilvanar buenas puntadas: «Yo no dependía de nadie y tomaba mis propias decisiones, y no tanto las del partido, porque los partidos como el nuestro, pequeñitos, sin mucho poder para acogotarte, te permiten que digas cosas que pueden parecer más sinceras».
En su libro, claro y directo, como siempre ha sido su lengua y su verso, Labordeta repasa unos cuantos nombres propios con los que coincidió en el Congreso y también recuerda en numerosos párrafos los rifirrafes con el presidente Aznar («la verdad es que nunca supe por qué no tuvimos buena sintonía») pero siguen sin dolerle prendas al escribir de Zapatero: «Como orador era muy deficiente, y movía los brazos como un autómata. Supongo que como yo, acabará aprendiendo». Y de nostalgia, nada de nada («no, no echo de menos el escaño, es más, si alguien me pide consejo no le recomendaría no ser diputado»), quizá porque en esos ocho años vio lo que es la política, hoy arriba, mañana abajo («un cambio de gobierno, y la gente subía o bajaba del segundo al cuarto banco, y viceversa»), esa política que musical y líricamente le dejó mudo durante dos legislaturas: «No escribí ni una línea. Y fue perder el escaño y empezar a escribir poemas y canciones». Tal vez Aragón y España hayan perdido un diputado, pero el cantor, el poeta, ahí sigue, firme, como viejo tronco, frente a todos los cierzos

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