sábado, 7 de febrero de 2009

Albricias


José María Carrascal escribe: "Por primera vez, la bandera de España ondea en el Parlamento vasco. Por fin, una buena noticia. Es verdad que lo hacen por orden del Tribunal Supremo. Pero allá arriba venían oyendo a los tribunales como quien oye llover, recuerden los casos de Ibarretxe y Atutxa. Ahora, en cambio, han acatado sin rechistar la sentencia, incluso cuando se está prohibiendo a los partidos pro ETA. ¿Es que el nacionalismo vasco empieza a reconocer lo que tiene de español? Me temo que la dicha no llegue a tanto. Que sigan tan empecinados como siempre y tengamos que buscar la causa de tal rasgo de cordura en algo bastante más prosaico: la crisis económica. La crisis tiene, entre mil efectos dañinos, uno bueno: sosiega la política. Sobre todo, la inflada, la petulante, como es la política nacionalista. Esta crisis baja de las nubes a los nacionalistas, y les planta con los pies en el suelo, obligándoles a ver las cosas tal cual son, no como ellos quieren verlas. Y lo primero que ven es que estamos peor de lo que pensábamos. De entrada, todos -bueno, casi todos- somos menos ricos de lo que creíamos. O sea, más pobres. Así, de golpe y porrazo, sin comerlo ni beberlo. Luego, apreciamos la triste realidad que nos rodea, en la que el que no se ha ido al paro, puede irse, habiendo casos muy tristes entre nuestras amistades. Algo que deprime el ánimo. Por último, la desagradable sorpresa de que nuestra ideología política, que tanto nos gusta y de la que tanto presumimos, no sirve de nada para resolver este problema tan prosaico y tan urgente. Unan todo ello y tendrán la razón de que el ondear la bandera de España en la sede del Parlamento vasco haya causado tan poca conmoción. Lo verdaderamente importante, lo único hoy importante, allí y en todas partes, es poder seguir como estábamos, no descender a los infiernos de la crisis, gran disolvente de fantasmagorías. Se descubre también a los demás. Tras una era en la que sólo existía el yo, yo, yo, nos damos cuenta de que los demás existen, de que los necesitamos para salvarnos, pues la salvación individual es un camelo, ya que si los demás no nos dan trabajo o no compran lo que vendemos nos vamos, con ellos, al cuerno. Todo un cambio del panorama.
En este punto del análisis, me sale al paso una idea tan temeraria como mágica: ¿por qué no aprovechar la crisis para comprender que, más allá de nuestras variedades, hay algo común a todos los españoles? ¿Por qué no retomar el proyecto de que nos necesitamos mutuamente y que juntos lograremos salir del pozo mejor que separados? Suena tan bien que sonrío sin querer.
Hasta que en la radio a mis espaldas suena el debate en la Comisión Investigadora de la Asamblea de Madrid, y se me hiela la sonrisa en los labios".

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