domingo, 4 de mayo de 2008

Calvo Sotelo, el primero que se va



“Calvo-Sotelo, tras el vertiginoso desgaste de UCD, los ruidos de sables no totalmente apagados y un ambiente generalizado de frustración y tensión, era un valeroso voluntarista más que una opción de futuro. Un bombero para evitar el fuego del Estado”. (Manuel Martín Ferrand).

Calvo-Sotelo el primero que se nos va.
Fue un buen presidente, cabal y esforzado. Excelente si se consideran las circunstancias en las que tuvo que ejercer.
Pretendió, como el expresó en 1982, «organizar políticamente la moderación; encuadrar en un marco interclasista el amplio espectro social y cultural del país; hacer frente al riesgo y la aventura de la izquierda; ahuyentar la tentación de las minorías totalitarias; consolidar el proceso histórico de enraizamiento democrático; reforzar el protagonismo social liberando la economía de dirigismos, tutelas e intervenciones; impulsar, sin disgregar, las comunidades autónomas; reestablecer una atmósfera de seguridad, de confianza y de orden en la que jueguen la libertad, la concurrencia y el mérito...».
La Transición se explica mal sin la discreta actuación de Calvo-Sotelo junto a Suárez, de quien fue ministro antes que sucesor y con quién colaboró eficazmante para crear aquélla tristemente desaparecida UCD.
Significaba, para muchos, la aportación del rigor y la solvencia, del compromiso, y, siempre respetuoso con la formas y sin debilidad alguna, dio testimonio de centro verdadero, ese que ya no se sabe muy bien por donde cae.
Hasta sus adversarios más radicales le respetaban.
Su acción presidencial fue tan corta en el tiempo como larga en contenido.
Si España está en la OTAN, ese infierno que dibujaba entonces Felipe González, punto de partida para nuestra occidentalización e integración europea, a él se lo debemos.
La primera mujer que, desde la Guerra Civil, ocupó en España una cartera ministerial fue Soledad Becerril a quien, el entonces menos feminista, Alfonso Guerra maltrató con una gracia, y fue en un Gobierno de Calvo Sotelo.
Sin escaño en el Congreso
En las elecciones de octubre del 1982, las del advenimiento del felipismo, Calvo-Sotelo ni tan siquiera consiguió un escaño en el Congreso de los Diputados.
Aparecía como número dos en la lista de UCD para Madrid encabezada por Landelino Lavilla. El uno salió por los pelos.
El gran señor de la Transición, es irrepetible. Con formación técnica y vocación humanística, delicado en el trato sin perder firmeza en la exigencia, amaba la música, abundaba en la lectura, vivía su tiempo y sabía conciliar sus deberes públicos con sus amores privados. No era simpático, aunque sí divertido, y ese es uno de los rasgos que más me conmueven ahora, al evocar a quien fue, primero que nada, uno de la media docena de mejores parlamentarios -brillante sin concesiones y pleno de contenido- que han actuado en la Carrera de San Jerónimo en la vigencia de la Constitución del 78

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