Rubalcaba no se ha puesto al frente del partido para evitar el descalabro ni para obtener una derrota digna que salve los muebles y la vajilla; cree de veras que aún puede llegar a presidente del Gobierno.
No está tan iluminado como para pensar que es capaz de ganar las elecciones, pero tiene un plan.
Quiere birlarle el poder a Rajoy en una carambola a tres bandas.
El nuevo candidato tiene confianza en apretar la diferencia que le separa del PP.
Da por hecho que el voto de castigo antizapaterista se ha aliviado en la catarsis de mayo y piensa organizar una campaña que despierte a los electores desencantados con un llamamiento general contra la derecha.
Su objetivo consiste en bloquear la investidura de Rajoy alcanzando un número de diputados que impida la mayoría absoluta y le permita a él alcanzar un pacto con el nacionalismo catalán y vasco.
Difícil, muy difícil.
No imposible.
Tendría que rebajar la distancia actual de diez puntos a tres, cinco como máximo.
Aglutinar una coalición de votantes que cercene el crecimiento de Izquierda Unida y UPyD. Y para eso necesita desmarcarse mucho de Zapatero, atarlo corto, secuestrarlo casi.
Esto último ya lo tiene medio hecho; si es necesario, lo jubilará antes de tiempo organizándole un homenaje.
Para eso ha recabado todo el poder del partido, pasando por encima del presidente. Su experiencia de intriga está contrastada.
La de supervivencia también. Lo único que no tiene demostrado es liderazgo popular, dinamismo, capacidad para crear ilusiones. Es un candidato lúgubre que cifra su esperanza en organizar un consorcio de perdedores. (Ignacio Camacho).
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