miércoles, 2 de abril de 2008

«MITOS EDUCATIVOS».

Decir mito puede significar muchas cosas:
Narración maravillosa situada fuera del tiempo histórico y protagonizada por personajes de carácter divino o heroico. Historia ficticia o personaje literario o artístico que condensa alguna realidad humana de significación universal. Persona o cosa rodeada de extraordinaria estima.
Aquí la usaremos en el sentido de “cosa a la que se atribuyen cualidades o excelencias que no tiene o bien una realidad de la que carecen”.
Este sentido de “mito” tiene un significado muy próximo al de “timo”: “Engañar a alguien con promesas o esperanzas”.
Y es que hay enunciados que son a la vez “mito” y producen “timo”. Algunos de éstos:

La igualdad de oportunidades exige de forma necesaria igualdad de resultados.
En la educación obligatoria deben evitarse los obstáculos, la competividad y el espíritu de rivalidad, ha de ser igual para todos y debe aspirar a la igualdad de resultados.
Con esto se confunden dos niveles diferentes:
*.- La igualdad de oportunidades, el poner la educación al alcance de todos, pertenece a lo que se le ofrece al alumno.
*.- La igualdad de resultados se refiere a los logros del alumno y éstos dependerán de su interés, de su capacidad, de su preparación previa, de su esfuerzo y de más cosas (por ejemplo el interés de la familias).
Las condiciones objetivas de la existencia de igualdad (que haya realmente igualdad de oportunidades) pueden ser proporcionadas por las administraciones educativas.
Las condiciones subjetivas que establecen los resultados (el rendimiento, la voluntad, las capacidades, los intereses de cada alumno) son cosas que no pueden establecerse por ley, pertenecen a cada individuo.

La confusión de ambos niveles nos coloca fuera del ámbito de la realidad, conseguir la igualdad de resultados es una utopía imposible.
No obstante en la pretensión de que sean iguales los resultados, se rebajan los niveles hasta límites insospechados, como sucede con las adaptaciones curriculares y las diversificaciones curriculares. Pero ni con esto se consigue la pretendida igualdad. La igualdad, que es una legítima aspiración democrática, no puede extrapolarse a todos los campos de la realidad. No es posible que todos alcancen los mismos resultados, salvo que la igualdad se confunda con el igualitarismo y, en tal caso, también negamos la igualdad.

Solo la comprensividad exige la atención a la diversidad.
Todo lo contrario, la comprensividad hace inviable la atención a la diversidad. Agrupar a todos los alumnos de modo heterogéneo sin tener en cuenta sus necesidades e intereses reales impide la atención a su diversidad.
La idea comprensiva, en principio justa, resulta imposible en la práctica. Una enseñanza igual para todos sólo puede lograrse rebajando los niveles de exigencia: “escasos conocimientos para todos para que nadie esté por encima de nadie”.
Y lo más peligroso, centrando la atención en la “diversidad” ignoramos “las diferencias”.

Solo la comprensividad posibilita la promoción social y la igualdad de oportunidades.
La necesaria rebaja del nivel de exigencia y la disminución de los saberes, en retórica progresista, eliminan el exceso de conocimientos (factor de desigualdad, un artificio que justifica el que unos aventajen a otros en la sociedad).
Ahora bien, no por rebajar estos niveles se consigue igualar o, si se consigue, es un igualar por abajo, lo que perjudica a quienes están situados en los estratos más bajos de la sociedad (los más pudientes, como es natural, prescinden de este tipo de enseñanza deficitaria y procuran adquirir una más sólida formación fuera del sistema comprensivo).
El aparente progresismo de la comprensividad produce precisamente resultados antagónicos a los que pretende.
Paradógicamente consigue justamente lo contrario, los alumnos de la enseñanza pública comprensiva, que son a los que debería prestarse una atención más pormenorizada y exigente para alcanzar cotas de excelencia, quedan excluidos de una auténtica posibilidad de promoción social.
La comprensividad, como planteamiento de base, favorece, en el plano teórico, la promoción del alumnado, pero es ésta una promoción forzada y, por ello, una promoción devaluada que no evita unas tasas elevadas de alumnos sin titulación.
La promoción automática no motiva al alumno ni deja verificar su nivel de conocimientos y capacitación, produce trastornos graves en el ritmo y funcionamiento de las aulas: indisciplina, mediocridad de resultados, desmotivación de los buenos estudiantes.

Solo la enseñanza comprensiva no discrimina ni segrega.
Al obligar a todos los alumnos a seguir un mismo y único itinerario formativo, en su intento por no discriminar es discriminatoria porque impide la elección de otra vía formativa (negando la capacidad real de elección).
Por otro lado, la atención a la diversidad debe lograrla el profesor por métodos didácticos y en el aula (quedando excluido cualquier otro planteamiento diversificador en el ámbito educativo o de centro). También, en este sentido, la comprensividad resulta segregadora y excluyente.
Incluso los retrasos más graves han de tratarse mediante adaptaciones curriculares dentro del aula.
Los sistemas comprensivos en algunos países europeos suelen limitarse a la comprensividad de centro, el sistema español se centra en la comprensividad de aula y ésta es un engaño: actuar como si todos tuviesen las mismas capacidades, expectativas e intereses.
Agrupar a los alumnos según sus necesidades no significa segregar, sino realizar una distribución más ajustada a la realidad. Así puede lograrse que cada alumno se oriente hacia donde crea conveniente, hacia donde pueda realmente, sin crear en él falsas expectativas o transmitirle la idea de que «todos somos iguales», que tan funesta puede ser en su futuro desenvolvimiento.
Muchas de las sensaciones de fracaso, que andando el tiempo se presentan en las personas, pueden derivar de haber hecho creer que cualquiera puede alcanzar cualquier objetivo (y sin esfuerzo).

La comprensividad curricular se confunde con la de aula
Si el currículo es básicamente igual, los grupos de alumnos deben ser básicamente iguales, todos los alumnos deben estar en la misma aula.
Pero como los grupos son heterogéneos en motivaciones, intereses, actitudes y capacidades muy distintas. La atención a cada diversidad resulta inviable. Cuando la mezcla se convierte en confusión pierden tanto los buenos como los malos alumnos.
Para que la comprensividad de aula haga progresar a los más retrasados sin empeorar a los avanzados se tiene que dar una situación poco probable: que el alumno retrasado aprenda más en su clase de edad que en su clase de saber y que a los demás alumnos les sea al menos indiferente su presencia.
Una situación que se puede dar cuando, por ejemplo, los alumnos adelantados aprenden explicando y ayudando, individualmente o en grupo, a sus compañeros retrasados. Pero que no se puede dar cuando el profesor ha de repartir su atención entre varios niveles. Como esta es la situación más frecuente, hay que concluir que es imprudente imponer a los profesores una carga tan pesada y más aún cuando achaca sus fracasos a la falta de formación profesional de los docentes

La comprensividad, buscando resultados iguales, conduce a un sistema de evaluación injusto
Para conseguir iguales resultados, y ello sin que exista el menor sentido del esfuerzo ni de la competitividad, es preciso un sistema de evaluación y promoción orientado a facilitar el logro del objetivo igualitarista. Para ello se prescinde de todos aquellos criterios que puedan evidenciar las diferencias o que no puedan ser alcanzados por algunos de los alumnos.
Así en vez de atender a contenidos, se evalúan unas difusas «capacidades» y «actitudes», se permite pasar de curso mediante la promoción por imperativo legal o promoción automática, lo que da lugar a que alumnos con diversas áreas suspensas pueden incorporarse al curso siguiente. E incluso que alumnos con 16 años, que no han asistido nunca a clase, pasen de 3º a 4º de la ESO.

El principio de integración
Salvo circunstancias extremas, todos los alumnos deberán compartir una misma aula, integrándose en ella quienes presentan graves dificultades para seguir el currículo ordinario o tienen necesidades educativas especiales o sufren algún tipo de discapacidad (psíquica, física o sensorial) o padecen trastornos de conducta e inadaptación al sistema educativo o tienen conductas clínicamente patológicas que necesitan de una atención multidisciplinar especializada.
Aunque se intente una atención personalizada y unas adaptaciones específicas de objetivos y contenidos curriculares, aunque se utilice una metodología distinta y se recurra a un profesorado de apoyo, todos estos alumnos deben estar en la misma aula, porque con esto se pretende alcanzar la «integración» y la «normalización».
En la práctica, la «integración» no se produce y se generan múltiples disfunciones en el aula. El principio de la integración es más demagógico que práctico, y genera expectativas que, andando el tiempo, muestran su carácter mítico.
Esta «pseudointegración» en las aulas no tiene nada que ver con la integración real, la integración en la sociedad, que es lo que deben buscar la educación y la enseñanza. Para lograr que los alumnos sean futuros ciudadanos verdaderamente integrados en la sociedad, en el mundo político y laboral, hay que proporcionarles una educación de excelencia, que no es otra que dar a cada cual aquella educación y enseñanza que le permita alcanzar las máximas cotas de que sea capaz de acuerdo con sus características individuales.
La «integración», tal y como está planteada, no posibilita la consecución de estos objetivos fundamentales.

El cognitivismo constructivista
La psicología cognitiva, atenta a cómo se forman y comprenden los conceptos, constituye un pilar metodológico del actual modelo educativo (cada vez menos, evidenciado su fracaso teórico y práctico).
Pretendiendo el aprendizaje racional contrapone el «aprendizaje memorístico» al «aprendizaje significativo», aunque con frecuencia se olvida que sin memoria no existe aprendizaje.
Los currículos se estructuran en torno a los «conceptos» en lugar de hacerlo en torno a «temas».
No existe nunca un solo método válido, sino que la psicopedagogía debe adaptarse en cada caso a las necesidades objetivas, tanto por parte del estricto objeto de aprendizaje como por las del sujeto que debe asimilarlo. La vinculación exclusiva a una metodología, que ha sido el caso del actual sistema educativo, ha llevado a planteamientos pedagógicos y didácticos que han tenido repercusiones negativas.
Los alumnos deben construir sus propios conceptos a partir de los datos que se les proporcionen: el papel del profesor de «transmisor» de contenidos —que los alumnos deben asimilar o comprender— pasa a desempeñar el papel de «agente motivador» o «supervisor» del proceso mediante el cual los alumnos van formando sus propios conceptos.
El profesor no tiene el papel de ser quien comunica el conocimiento —se acaba la denominada «clase magistral»—, sino que debe ser el animador externo que estimule al alumno para que vaya formando sus conceptos. Es la base de la denominada «enseñanza progresiva», que sólo puede rendir sus frutos cuando el profesorado tiene una sólida preparación y los alumnos desean, de verdad, aprender.
Pero en una enseñanza masificada y permisiva, en la que predominan los elementos «lúdicos» sobre una pedagogía del esfuerzo, y en la que los niveles de exigencia son mínimos, el constructivismo —sobre las limitaciones ya apuntadas— propicia el fracaso escolar y la frustración del profesorado que desea de verdad enseñar y de los alumnos que acuden a la escuela con la intención de aprender.

Otro día, con calma, diremos lo mismo pero poniendo ejemplos.
Para terminar, cuando es obligatorio ejercer un “derecho” (como en el caso de la educación) es posible que aparezca el objetor (activo o pasivo). No están lejanos los tiempos en los que era progresista (o más rentable desde muchos puntos de vista) ser objetor al obligatorio y honroso derecho de servir y defender a la patria. La mili. Hoy en día frecuentan las aulas objetores del obligatorio ejercicio del derecho a la educación.

Y ahora de verdad, termino. Antes, sin embargo, recordar un proverbio, me parece que árabe, y que más o menos dice así: “Podrás llevar 10 caballos por la fuerza al río pero no podrás por la fuerza conseguir que uno solo de ellos beba”.
¡Creo que a buen entendedor pocas palabras bastan!.

No hay comentarios: