jueves, 10 de abril de 2008

"El dueño de las palabras"

“La cuestión no está sólo en saber quién o quiénes mandan aquí y ahora, sino quién es -además y sobre todo, por mandar- el dueño de las palabras, el que hace que una palabra signifique en cada momento lo que él quiere que signifique y ninguna otra cosa más, aunque signifique de verdad otra cosa muy distinta.

En un régimen político de poder absoluto, donde toda la información y la documentación derivan y se elaboran desde ese mismo poder absoluto, el Tentetieso hace truco en cada una de las palabras de su repetitivo discurso.
Tan suya es la realidad y la vida que, en su máxima arbitrariedad exegética, el dictador puede cambiar la semántica de las palabras y conseguir, sin que nadie se atreva a llevarle la contraria, que una palabra cualquiera, la que él quiera en cada momento, signifique mágicamente -a la vez o en cada momento de su capricho- una cosa y su contrario.
En ese caso aberrante, el dictador es él mismo la nación, el pueblo, el discurso, el Gobierno y la oposición, el sólo yo solo y el único señor de las palabras.

Por el contrario, en una democracia avanzada y culta, se hace necesario que, a pesar de la apariencia y la realidad de los sinónimos, no haya un único dueño de las palabras, y mucho menos lo sea quien manda aquí, sino que la semántica de cada una de ellas -de las palabras- tenga una interpretación clara y contundente, patrimonio de todos o, en su defecto, de una inmensa mayoría.

La cuestión estriba entonces en saber si en una democracia que se precie de ser culta y madura sabemos todos lo que significa de verdad la inmensa mayoría y, además, somos capaces de atenernos -también todos- a que esa inmensa mayoría está capacitada para no permitir que se cambie a gusto de quienes mandan la semántica exacta de las palabras.
De lo contrario, al jugar frívola y peligrosamente a los dados con la significación real de las palabras y estamos corriendo el riesgo mayor de la metamorfosis kafkiana: un día podemos acostamos tan tranquilos con el pijama de Gregorio Samsa y a la mañana siguiente despertarnos, como si tal cosa y sin saber bien por qué, convertidos en escarabajos”. “El dueño de las palabras”.- J. J. ARMAS MARCELO

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