¿Cree que el nacionalismo es progresista?.
—El nacionalismo tiene siempre una genética paranoica, forma parte de una patología en la cual debe haber un enemigo común para que tome realce lo propio. No creo que sea una actitud, no ya progresista, sino evolucionada del individuo. Tiende a la endogamia, a estimular la nostalgia tribal de una comunidad, en la que realzando sus hechos diferenciales se sienten más arropados frente a los demás. Es una actitud reaccionaria.
—Pero han conseguido trasladar ese mensaje.
—Yo he conocido el nacionalismo español más casposo de la Dictadura, que era sobre todo cursi, y el nacionalismo catalán. Ambos se caracterizan por falsear la historia para demostrar que la propia comunidad no es responsable de nada y que siempre han sido los demás unos canallas y unos traidores con ellos.
El gran arma de los nacionalismos es la deformación de la historia y la inducción a la paranoia.
—¿El tiempo jugará a favor o en contra del nacionalismo?.
— El hombre tiene tendencia a ir eliminando fronteras de todo tipo, raciales, culturales... A largo plazo, el mestizaje cada vez será mayor. Pero a corto plazo, es posible que destruyan la idea de España y se separen de la nación española, aunque seguirán siendo españoles.
Por decreto, no se van a cargar 500 años de historia. El futuro inmediato es negro, porque querrán llevar a término esa especie de «tierra prometida». Pero, cuando vean que la «tierra prometida» es peor que la que tenían, se acabará el festival.
—¿Pesará la educación que han recibido los catalanes?.
—Hay un par de generaciones completamente contaminadas por el odio a España.
—¿Se les puede descontaminar?.
—Es muy difícil recomponer esa trama de afectos que hace que a la gente de Marsella o de París se les ericen los pelos cuando oyen «La Marsellesa». En España eso se ha roto. Para los catalanes o vascos, el himno nacional es el himno del enemigo. Sólo el resultado de este delirio secesionista, que será enormemente negativo, volverá a reconducir a la gente a la sensatez y se recompondrá esa trama de afectos que es imprescindible.
Albert Boadella estudió arte dramático en el Institut del Teatre de Barcelona, en el Centre Dramatique de l'Est (Estrasburgo) y expresión corporal en París.
Siendo todavía estudiante formó parte de la compañía de mimo de Italo Riccardi.
Siendo todavía estudiante formó parte de la compañía de mimo de Italo Riccardi.
En 1962, cuando sólo tenía 19 años, fundó en Barcelona, junto a sus compañeros Carlota Soldevila y Anton Font, Els Joglars, la compañía en la que desarrolla toda su carrera como actor, director y dramaturgo.
Con Els Joglars ha estrenado más de una treintena de montajes, ninguno de los cuales ha pasado desapercibido.
Sus obras acostumbran a tener una fuerte carga crítica y satírica, especialmente con el poder establecido y con cualquier poder fáctico, especialmente la Iglesia Católica.
Por esto ha sufrido problemas con autoridades políticas de distinto signo.
Su primer gran problema con las autoridades tuvo lugar el 2 de diciembre de 1977. Por La Torna, una cruel sátira del proceso a Heinz Ches, fue encarcelado para ser sometido a un consejo de guerra por un presunto delito de injurias al Ejército.
El día antes de la vista protagonizó una espectacular fuga de la cárcel y se refugió en Francia.
De vuelta en España, continuó creando polémica con obras como Teledeum, Ubú president, ácida crítica a Jordi Pujol, o Dalí.
Aparte de su currículum teatral, ha creado y dirigido diversos programas de televisión para diversas cadenas (ver artículo de Els Joglars), y es autor de los libros El rapto de Talia (DeBolsillo, 2000) y de su libro de memorias, Memorias de un bufón (Espasa Calpe, 2001).
Blog de Albert Boadella
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