Paul Preston lleva cuatro décadas estudiando la historia de España.
No levanta la voz y asume sus errores incluso cuando presenta un nuevo libro.
Le sigue costando narrar los hechos de la Guerra Civil, cargar con el coste emocional, según dice. «Es muy duro contar lo que les pasó a mujeres y niños en esos años», dice este historiador con talante de «best-seller».
Su último «ladrillo» lleva un subtítulo elocuente: «Odio y exterminio en la Guerra Civil y después», una narración de las atrocidades cometidas en la retaguardia de ambos bandos, que no se justifican por la sinrazón de la guerra, sino por «los peores instintos humanos».
No quiere polemizar ni acusar, pero tanto en el libro como ante las preguntas de la prensa es rotundo sobre los hechos de la represión republicana en Paracuellos del Jarama y la implicación de Santiago Carrillo, líder comunista después, pero, por entonces, cabeza de las Juventudes Socialistas Unificadas.
«No digo que sea el responsable, pero decir que no sabía nada es ridículo», dijo el historiador, premio Príncipe de Asturias, que recordó que Carrillo era el responsable de Orden Público y nombró como director de Seguridad a Segundo Serrano Poncela, quien «organizó las sacas de presos».
«Es inconcebible que Carrillo no lo supiera y encuentro absurdo que durante todos estos años haya estado mintiendo», añadió tajante.
El «submarino» comunista
El contexto de la matanza de en torno a 2.500 presos es el de la capital sitiada «en un ambiente claustrofóbico» ante el avance del ejército nacional, intoxicado por la propaganda y agónica en términos militares.
La mayor parte procedía de la cárcel Modelo del barrio de Argüelles, donde se hacinaban militares que abjuraban de la República y no ocultaban su alegría por el desarrollo de la contienda. La Junta de Defensa de Madrid controlaba la ciudad, tras el exilio del Gobierno a Valencia.
Antes, los anarquistas habían ajusticiado presos de forma menos sistemática, y siguieron coordinando la represión con los comunistas en esa época.
Preston desmonta otro de los argumentos de Carrillo, que ha afirmado que no pertenecía al Partido Comunista, sino al Socialista. «Puede que hayan sido deslices en otro contexto, pero ha dicho varias veces que ya en 1934 estuvo en Rusia ante el Comité Central del Partido Comunista e incluso en el Politburó. Era un submarino dentro del PSOE, es evidente».
El capítulo de Paracuellos, aterrador y apasionante para el lector que se arme de distancia, es sólo uno más de una obra que hace justicia a la denominación de «literatura historiográfica».
Preston sintetiza un enorme trabajo de decenas de historiadores locales, investigaciones de corto alcance sobre la represión de los dos bandos, poco documentadas hasta ahora, en un proceso paralelo a la Ley de la Memoria Histórica, que muchos investigadores «han utilizado como arma política». «No es mi intención presentarme como el historiador inglés que escribe que los españoles eran especialmente violentos, ni mucho menos.
Quiero aportar un grano de arena para favorecer la reconciliación. Todos tenemos que conocer la historia y no dejarnos llevar por los bandos de la política. Para mí, hacerlo ha sido durísimo y me ha llevado a estados de rabia por conocer la inhumanidad de la que los hombres son capaces», comentó Preston sobre unos hechos en torno a los que «se pueden cometer errores, pero ya no venganzas».
Las cifras duelen.
Admite que los números «no son su fuerte», pero que ya hay «cierto consenso».
Contabiliza unos 50.000 muertos por la represión republicana, mientras que, del otro lado, habla de 130.000 asesinados al paso del ejército nacional, y otros 20.000 al final de la guerra.
«Cualitativa y cuantitativamente eran distintas», dijo Preston, por ejemplo, en torno a la violencia sexual. «A las tropas nacionales, después de tomar un pueblo, los mandos les daban unas horas para hacer lo que quisieran», dijo el británico sobre las violaciones. Por el contrario, despejó el mito de las agresiones a monjas en el lado republicano: «Sólo se ha documentado una docena», afirmó.
«Lo importante es que son demasiadas».
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