La patología igualitaria, una de las enfermedades contagiosas que transmite la socialdemocracia, tiende a confundir los inalienables derechos de las personas con la realidad.
De ahí la mala costumbre de las generalizaciones valorativas. Aunque estén unidos por un líder, una función y un destino no todos los ministros de José Luis Rodríguez Zapatero son la misma cosa.
Según nos aclaró George Orwell en su Rebelión en la granja, «todos los animales son iguales, pero algunos son más iguales que otros».
La eficacia del equipo gubernamental, nula en su conjunto, es dispar en sus individualidades.
Por ejemplo, si usted, querido lector, fuera el propietario de un gran comercio y tuviese que ausentarse, ¿a quién de los ministros actuales le encomendaría la gestión y vigilancia de su negocio?.
Personalmente no tengo la menor duda. José Blanco es el más capaz de todos ellos.
A Elena Salgado se le va en teorías lo que a Alfredo Pérez Rubalcaba en intrigas y a Manuel Chaves en suspiros y, entre los demás, el que más parece haberse aproximado a la realidad mercantil, Miguel Sebastián, parece un frívolo de tomo y lomo.
Me debe, de momento, una bombilla y un neumático que todavía no se ha fabricado.
Blanco es otra cosa. Un currante que salió de su pueblo y que, con escasos estudios, aprovechó al máximo las lecciones de Filosofía que le dio en el instituto de Lugo el profesor, y hoy alcalde lucense, José López Orozco.
Sabe lo que sabe que es mucho más seguro que ignorar lo que no se sabe.
Después de la renuncia de Zapatero, el actual ministro de Fomento y todavía vicesecretario general del PSOE ha reconocido paladinamente, que, políticamente, se ha quedado «huérfano».
No huye del naufragio, lo asume en la cuota que le corresponde y ello, por insólito, le sube a un pedestal de notorias diferencias.
Antonio Machín, que era hijo de un orensano que emigró a Sagua la Grande, en Cuba, llevó siempre en su repertorio, junto a los Angelitos negros y sus Dos gardenias, una canción que le viene al caso y que, políticamente y según su propia confesión, pudiera entonar como himno el «huérfano» de Zapatero, El huerfanito:
«Yo no tengo padre, / yo no tango madre, / yo no tengo a nadie / que me quiera a mí».
Quizás por eso confiesa estar dispuesto a buscar un «proyecto ilusionante dentro o fuera de la política». Muchos de sus compañeros de Gabinete, con mejor currículum académico y más larga trayectoria aparente, no podrían decir lo mismo. A partir de ahora, hasta que el 22 de mayo dicte sentencia, asistiremos a muchas confesiones públicas, quizás no tan edificantes, como la del «huérfano» de Orense. MANUEL MARTÍN FERRAND.
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