Parece ser que el nivel de inglés de nuestra población es de los más bajos de Europa, y que, con respecto a los países de la Unión Europea, ocupamos directamente el furgón de cola.
A cambio, destacamos, o progresamos adecuadamente, en otras muchas materias, como el consumo de alcohol y drogas de diseño, la pacífica convivencia con hampones, mafiosos, aluniceros, atracadores y delincuentes de toda laya, la cría de morosos, el cultivo de la vivienda fantasma, el dopaje, la ineficacia judicial y, por supuesto, el paro, esa actividad nacional consistente en no poder hacer nada.
Pero con la lengua del «yes» hemos topado.
«No way, José».
Interrogaban en la tele el otro día a unos jóvenes universitarios sobre su nivel de inglés y había dos tipos de respuesta: la de quienes se quedaban mudos, y la de quienes afirmaban hablarlo y hasta intentaban hacerlo. Otra cosa es que se les entendiera.
Yo creo que más nos valdría crear un metalenguaje basado en algunos trucos fonéticos, como ese amigo de mis padres que para ir a Oxford Circus pedía en el metro un tique para «ojos secos», y para ir a Finchley Road lo pedía para «pinche el arroz». Oye, y se lo daban.
Algo tendrá que ver con esta incapacidad nuestra para los idiomas extranjeros la pobreza de nuestro sistema vocálico, la nula calidad de nuestra enseñanza, el pasado colonial y un sentido del ridículo que yo creo que, del Quijote en adelante, nos tiene literalmente amordazados.
Claro que nuestros dirigentes no acaban de dar ejemplo. El inglés de Aznar es más bien un cruce entre esperanto y swahili, y el de Zapatero tiene el grave defecto de no existir. El problema es que ahora, para darte un empleo, te preguntan aquello del «do you speak English?». Y si dices que no, ya no hay más «questions». LAURA CAMPMANY
jueves, 7 de abril de 2011
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