Tan lánguida y durmiente está la sociedad española, escasa de protagonismo, debilitada por la crisis, asustada por el paro e irritada por los asuntos que podríamos resumir como «autonómicos», que aquí solo lucen los friquis, los golfos y los políticos.
Lo estrafalario se ha adueñado, estética y moralmente, del país.
Quienes viven de lo que no les corresponde, lo mismo da que por una comisión indebida de obras o servicios que por una asesoría innecesaria, son legión y bastaría con borrarles del mapa de la sociedad para que no fueran necesarios los recortes presupuestarios que tanto soliviantan a muchos, especialmente en Cataluña.
Lo de los políticos, sin diferencia de colores, es de aurora boreal y habrá que ir pensando en la necesidad imperiosa de revisar los sistemas electivos para que no continúe creciendo de manera alarmante la distancia entre los elegidos y los electores.
La nota diferencial máxima de los grandes líderes nacionales reside en su incansable y nada vergonzante capacidad para decir o hacer hoy lo que ayer mismo afirmaban como improcedente y nocivo. O viceversa. En eso nadie puede disputarle el campeonato a José Luis Rodríguez Zapatero —tan liviano, tan desahogado— que ha batido su propia marca rectificadora con el anuncio torpón y mentiroso de la presencia china en las Cajas de Ahorro, ese caos desordenado, doloso en ocasiones, al que el Banco de España trata con tantos miramientos y dilaciones.
Tampoco es manco el PP, aunque a larga distancia del PSOE.
En Valencia, en donde todo el campo es orégano y en donde Francisco Camps no tiene perro que le ladre, han pasado en un instante de arremeter contra las principales televisiones españolas a mirar al infinito con cara de piedra y de despiste.
Rectificar es de sabios, menos cuando se alcanza la sobredosis.
La rectificación continua es síntoma de escasez neuronal o de exceso en desvergüenzas. A elegir.
Quizá la abundancia de información, o de sus sucedáneos y parodias, hace que tengamos muy vistos a los líderes políticos.
Antes de lo audiovisual, nos los filtraban unos brillantes cronistas de periódico; pero ahora la sobreabundancia presencial nos los pone al descubierto. Y nos los disminuye.
Por tierras de La Mancha, en donde más se juega el PP, escuché hace años una coplilla significativa:
«Glorioso San Sebastián,
del pesebre de mi burro
eres hermano carnal».
El mismo tronco del mismo árbol habría servido para que el artista tallara un santo y el artesano un comedero.
No es bueno saber esas cosas, como las sabemos hoy, porque corremos el riesgo de terminar rezándole al burro y olvidándonos del santo. Martin Ferrad, ABC
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