sábado, 8 de enero de 2011

Un presidente incomprendido


Presentarse como una víctima de las circunstancias internacionales es un desprecio a la verdad
FERNANDO FERNÁNDEZ.- ABC. 06/01/2011

EL año empieza con un presidente de gobierno que se presenta dolido ante la incomprensión de los españoles y que promete un gran esfuerzo de convicción.
Palabras vacías que no pueden borrar la sensación de fracaso que le acompañará hasta el final de la legislatura.
Tuvo el presidente dos momentos económicos para demostrar su altura de hombre de Estado, por no mencionar los muchos que desperdició por preferir el sectarismo en temas como terrorismo, educación u organización territorial: las elecciones de 2008 y la crisis griega y en ambos confundió el mensaje, erró el diagnóstico y prefirió hacer populismo.
En 2008, la economía española iniciaba una senda clara de estancamiento; el ciclo inmobiliario había llegado a su fin y era la hora del ajuste en el nivel de gasto.
Pero el presidente prefirió ridiculizar a los populares por intentar evitar lo que precisamente ahora se quiere hacer perdonar: un ajuste fiscal y social salvaje.
Pero pudo haberlo hecho otra vez cuando estalló la crisis griega.
Escribí entonces un artículo titulado «Zapatero II el reformista», animado por la confianza que aún me quedaba en el seny económico de los socialistas, que no de su presidente.
Y me equivoqué porque Zapatero volvió a elegir la confrontación partidista y la ignorancia de la realidad hasta que los hechos forzaron la intervención de la economía española. Intentar ahora presentarse ante los ciudadanos como una víctima de la circunstancias internacionales es más que una carta a los Reyes Magos, es un desprecio a la verdad y a la inteligencia de los electores.
Las vacaciones me han permitido leer las memorias de Tony Blair, una defensa inteligente y bien construida del Nuevo Laborismo, la renovación de la izquierda socialista que en España ha frustrado el presidente Zapatero al secuestrar el debate y empujar el partido hacia el nacionalismo periférico.
El líder británico lo tenía claro; el laborismo no puede ser el partido de los pobres subsidiados por el Estado sino de los que quieren dejar de serlo, con su esfuerzo, su trabajo y su ambición; el partido de la igualdad de oportunidades y de la responsabilidad en el uso de los recursos públicos; el de la eficiencia en la provisión de los servicios públicos.
Qué contraste con los titulares Zapatero: gratis total, derechos y alegría para todos y defensa de lo público a costa de la calidad y de la libertad.
Esta ideologización trasnochada de la gestión política y económica es lo que la sociedad española no le perdona ni le puede perdonar al presidente Zapatero. Porque le ha hecho retroceder varias décadas en prosperidad y bienestar, porque le ha alejado del nuevo mundo globalizado y competitivo.
Bien es cierto que se dejó cautivar por ella mientras la bolsa estaba llena, pero precisamente por eso ahora se revuelve con la agresividad de quien se siente estafado. Sus electores son como los inversores de Fórum Filatélico, como los clientes de Madoff. Habían confiado en el gran timonel y les ha engañado.
Eso es lo que no puede entender el presidente, anclado en un marxismo elemental de asamblea universitaria. No puede entender el desprecio profundo e irreversible de los electores, que encuentran al partido socialista instalado en un mundo desfasado y a su presidente perdido en el espacio sideral de sus manías y obsesiones particulares. Un desprecio que no se puede contestar sin unas nuevas elecciones que permitan al Partido Socialista modernizar su discurso y buscar un líder creíble que lo pueda encarnar. Todo lo demás es hacernos perder el tiempo, la paciencia y la cartera a los españoles.

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