viernes, 28 de enero de 2011

Pinganillos

Portada del Diario Público
El montaje superfluo de los pinganillos retrata la trivialidad de la agenda política y el papel postizo del Senado
IGNACIO CAMACHO.
NO se trata del dinero, que también, sino de la trivialidad. Los pinganillos del Senado no son tanto un despilfarro —que objetivamente sí lo son, en tanto que suponen gastar miles de euros en un montaje accesorio— como una demostración del ensimismamiento estéril de nuestra clase política, cuya agenda de prioridades está dominada por la tendencia al histrionismo infantil y a la gestualidad anecdótica. Son el penúltimo símbolo de desarraigo de un colectivo dirigente desanclado de la realidad, una especie de oligarquía enajenada en su burbuja de caprichoso y carísimo celofán de privilegios.
Esa propensión escenográfica, fronteriza con la payasada, no representa a la España plural sino a la España irreal que reside en el imaginario de nuestra dirigencia, un grupo incapaz de entender y de representar los anhelos de la gente que les paga el sueldo y les costea sus extravagancias. En un país en el que las lenguas autóctonas están perfectamente protegidas y fomentadas en sus respectivos ámbitos, gozando de plena vigencia normal y de oficialidad casi unívoca en las instituciones y parlamentos territoriales, el dispositivo de traducción simultánea en una Cámara nacional cuyos miembros son todos sin excepción perfectamente capaces de expresarse en el idioma común resulta una farsa extravagante, un chusco alarde de ostentación artificiosa. Los mismos tipos que se colocan los auriculares con afectada solemnidad en la sala de Plenos hablan en los pasillos el castellano que desdeñan para complacerse en la pose de una oficialidad multilingüe, y ese desajuste retrata el cartón truquista de su impostura, la flagrante superchería de esa representación redundante y tramposa. Se trata de un ejercicio literal de doble lenguaje, una metáfora transparente del engañoso trampantojo dibujado por la política española como telón de fondo de su insustancialidad y su falta de realismo. Frente a la situación límite en que la crisis ha situado al Estado autonómico, colapsado financieramente por su insostenible hipertrofia, los nacionalistas y sus inestimables aliados socialdemócratas imponen una irritante escenografía de insensato derroche simbólico. Un peldaño más en la escala de desapego enajenado que separa a los ciudadanos de su sistema de representación pública.


En realidad, el tingladillo de intérpretes del Senado no viene a ser más que la muestra cristalina de la inutilidad de esa Cámara a la que nadie logra encontrar un papel ni un sentido en el mapa institucional de la democracia. Funciona como una caja hueca y cara, un dispendio ornamental y vacío, un engorroso y disfuncional juguete. Reducido a un escenario de simulación, a una pantomima sin guión ni sustancia, es la caricatura de un Parlamento postizo al que el artificio de los pinganillos desnuda su carácter huero, superficial, sintético. Sencillamente superfluo.

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