Solo el pasotismo establecido hace que el desmedido gasto público no produzca la ira ciudadana y genere efectos nada deseables
M. MARTÍN FERRAND.- ABC. 07/01/2011
¿CÓMO es posible que Artur Mas, de cuya capacidad y dedicación políticas no cabe la menor duda, no advirtiera en sus muchos años de oposición en el Parlamento de Cataluña que, como ha dicho después de su toma de posesión, las arcas de la Generalitat estén vacías?.
El Congreso de los Diputados y sus diecisiete clones autonómicos se han convertido en escenarios en los que se representa una función sin argumento.
De un lado, la partitocracia, reforzada por el sistema electoral vigente, convierte a los diputados, nacionales y autonómicos, en máquinas de votar y, de otro, lo que en esos templos diz que representativos ocurre y se manifiesta no es suficiente para que una oposición cabal, como la de CiU al tripartito, consiga esclarecer, ejercicio a ejercicio, la realidad de las cuentas públicas.
Tampoco deja de ser escandaloso el hecho de que esas cuentas que ahora sorprenden al presidente Mas no fueran precedidas por el conocimiento, y sus correspondientes efectos, del Ministerio de Hacienda ni por el Tribunal de Cuentas. Tenemos todas las instituciones y organismos, todas las oficinas y departamentos, del catálogo internacional de la función pública; pero, si juzgamos por los resultados, bastaría con unos pocos contables de los de visera y manguitos. Cualquiera que deba administrar fondos ajenos, especialmente si son de todos, debiera estar eficazmente controlado por los mecanismos que establece nuestro ordenamiento y que, al parecer, funcionan con retraso y precisión insuficiente. ¿No sería necesario que saltaran las alarmas en cuanto una administración —local, regional o nacional— sobrepasara los presupuestos autorizados que, dicho sea de paso, no son una estimación del gasto; sino una ley que obliga a su cumplimiento y debiera, aunque no lo haga, sancionar a quienes la incumplen?
En los tiempos de Franco, por no remontarnos a etapas anteriores en las que, en esta materia, pasaban cosas muy parecidas, todo se justificaba por la incuria secular y la pertinaz sequía. El pasado y las circunstancias adversas. Seguimos, con un mero cambio de protagonistas, en la justificación retrospectiva y coyuntural. Sería cosa de olvidar tan mala y fea costumbre nacional y buscar métodos más eficaces y solventes, capaces de germinar en los ciudadanía una confianza en el sistema y en sus métodos que hoy no existe. Solo el pasotismo establecido, unido a la peregrina idea de que «el dinero público no es de nadie», según la doctrina de una de las estrellas de la paridad socialista, hace que el desmedido gasto público no produzca la ira ciudadana y genere efectos nada deseables.
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