En octubre de 1995, con motivo de unas reflexiones suyas sobre la Transición, Francisco Tomás y Valiente planteaba abiertamente que a él no le gustaba la expresión que definía al Rey Don Juan Carlos como «el motor del cambio»: «Nada más lejos de mi intención que restar ni un átomo de mérito al que es justo reconocer al Rey. Pero no como motor sino como catalizador.
Su mérito no fue impulsar un movimiento, dejando tal vez que otros u otro manejaran el volante y eligiera la dirección, sino que consistió en percibir con enorme sensibilidad y magnífica información lo que la sociedad quería, en adivinar y escuchar lo que el pueblo español pensaba y en conducir el proceso por el rumbo intuido.
Es mucho más difícil y tiene muchísimo más mérito ser un lúcido catalizador de sensibilidades que un motor acaso ciego del cambio.
Al asumir y transformar las más diversas opciones democráticas, el Rey logró reunirlas bajo el símbolo común de la monarquía integradora».
Catalizador de la Transición y eje de la Monarquía parlamentaria que, por imperativo constitucional, en la Constitución de 1978 «arbitra y modera el funcionamiento regular de las instituciones».
Quien arbitra y modera no participa directamente. De ahí que el ya citado Tomás y Valiente subrayase que la actitud del Rey en nuestro país «ha estado y está regida por los principios de silencio (el propio y el ajeno, pues ni su nombre ni su palabra son objetos apropiables por nadie), el distanciamiento preelectoral, que no es desinterés por lo que pase sino garantía de imparcialidad, y la ausencia a la cita electoral que no es confundible con la abstención sino discreta cautela en orden a esa misma garantía e imparcialidad».
RICARDO GARCÍA CÁRCEL. Catedrático de Historia Moderna.Universidad Autónoma de Barcelona
martes, 18 de enero de 2011
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