domingo, 7 de junio de 2009

Moción de censura


Una derrota es una derrota es una derrota es una derrota.

Y la rosa de Zapatero salió derrotada ayer por tres razones esenciales.

La primera, obviamente, porque ha sacado menos votos y menos escaños que el PP.

La segunda porque no ha logrado movilizar el instinto del miedo a la derecha.

Y la tercera, y principal, porque hace apenas quince meses había ganado las generales y ahora, en menos de un trimestre, desde el batacazo gallego, ha perdido dos elecciones consecutivas. Si eso no es un cambio de tendencia, se le parece bastante. Y sobre todo, se parece bastante a una moción de censura popular. Popular del pueblo.
La llamada tribal del PSOE, su invocación de los fantasmas ideológicos, su demonización caricaturesca de la derecha, su agitación trincheriza del divisionismo civil, no ha funcionado esta vez, y eso es una buena noticia para la democracia.

La abstención, que en teoría supone un fracaso democrático, tiene en ocasiones como ésta mucho que ver con el tono ramplón, zafio, primario, de una campaña-basura desnuda de argumentos y de ideas, deshabitada de esperanzas intelectuales y morales, en la que los socialistas han liderado la carrera de la banalidad, del consignismo, de la simplificación y hasta de la chabacanería.
Pero no les ha salido bien.

No esta vez.
El Gobierno puede lamerse las heridas pensando en sus malas expectativas, en los cuatro millones de parados, en la quiebra socioeconómica, y hasta en los tres años que restan de mandato;
puede conformarse con el revés como un mal menor;
puede interpretar la diferencia con cicatería aritmética;
puede considerar natural el voto de castigo y sugestionarse con la idea de que no se produciría con el poder en juego;
puede refugiarse en la diferencia de escaños soslayando la de votos;
puede achicar o minimizar la euforia del PP sugiriendo que las circunstancias propiciaban un descalabro mayor que la oposición no ha logrado infligirle.
Pero Zapatero lleva dos derrotas seguidas, ha visto invertirse en su contra la ventaja porcentual que obtuvo en 2008 y ha surgido en torno a su gestión un estado de opinión adversa incuestionable. Si Rajoy sabe gestionarlo, aunque sea a su estilo dificultoso, lento y cansino, puede abrir a partir de ahí una brecha sociológica que cuaje en una mayoría de alternancia. Aznar demostró que no hay derrotas dulces ni triunfos amargos... cuando se tiene confianza en las propias posibilidades.
El problema del PP es exactamente ése: creérselo. Dejar de ponerse zancadillas a sí mismo, olvidar el pesimismo cainita con que tiende a autoexaminarse. Aprender a parafrasear con convicción el poema de la rosa de Gertrude Stein: una victoria es una victoria es una victoria es una victoria. Y dos victorias sucesivas pueden ser un cambio de ciclo. Ignacio Camacho (ABC)

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