El sistema educativo actual, reflejando así los valores de nuestra sociedad, fomenta de manera desproporcionada las competencias del lado izquierdo del cerebro: el pensamiento más lógico y lineal, el análisis realista y ‘frío’, la visión de los detalles, la memorización de datos, la obtención de información. Nos ha sido muy útil y ha posibilitado que lleguemos a una sociedad materialmente abundante. Respecto a las funciones del lado derecho, se confía más en su desarrollo natural. Son las que tienen que ver con el pensamiento abstracto, la filosofía, la fantasía, los sentimientos, los símbolos e imágenes, la percepción espacial. Se refuerzan en las asignaturas ‘maría’ o en actividades extraescolares y también con la toma de riesgos. Se fomentan cuando el niño está ‘extraordinariamente capacitado’ y si no es así van cayendo en el olvido. Incluso a veces se castran de manera inmisericorde, como cuando se dice despectivamente “a ese niño lo que le pasa es que tiene demasiada imaginación; hay que centrarle”.
Podemos decir que estas actividades de nuestra ‘izquierda cerebral’ han llegado a su máximo en Occidente con el híper desarrollo de la llamada ‘era de la información’. La automatización de los procesos, los ordenadores y la expansión de Asia como gran productor de todo tipo de bienes me lleva a concluir que sociedades como la española deben apostar por un mayor equilibrio con la ‘derecha cerebral’, para desarrollar las herramientas que de ella emanan y que son más necesarias que nunca de cara a un nuevo modelo productivo. Un sistema donde prime la creatividad, el diseño, la capacidad de trabajo en equipo, la empatía, la visión de conjunto, el dar un mayor ‘sentido’ a nuestro trabajo. Un modelo enmarcado dentro de una era que busca la felicidad no tanto en lo material como en lo conceptual. Y todo ello primando el esfuerzo como materia prima para la elaboración de un producto donde se equilibran los dos hemisferios cerebrales.
El llamado fracaso escolar es también la manera que tienen nuestros hijos de decirnos que hace falta algo nuevo. Sí, tiene que ver con la pérdida de ciertos valores (el esfuerzo, disciplina, desprecio de los maestros), con falsos modelos de éxito divulgados por los medios de comunicación y con la creencia en el éxito fácil o con atajos. También con que nuestros educandos quieren opinar, tener una voz. No quieren más de lo mismo ya que probablemente sienten que con los antiguos curriculums ya hemos tocado techo, ya no añadimos más alegría, más felicidad. Quizás nos estén pidiendo una nueva educación que les ayude a desarrollar otras facultades, a ser más ellos mismos. Podrán así colaborar de modo más eficiente y alegre en la construcción de ese nuevo modelo productivo que propugna Rodríguez Zapatero, el cual debe ser el pilar económico de una nueva sociedad más plena, más justa, más feliz. La baronesa de Staël lo expresó en una frase: “¿Qué es la felicidad sino el desarrollo de nuestras facultades?”. Eso es lo que yo quiero para mis hijos.
Los cambios profundos que requiere la educación de las nuevas generaciones suponen un trabajo que dará resultados a largo plazo. Por lo tanto, se hace imperativo un gran pacto de estado entre todos los partidos políticos para poder sostener esa transformación. Una sociedad que aliente la creatividad y los medios para que cada individuo la explote al máximo será sin duda una sociedad más feliz. En mi medida y con mi voto apoyaré a quien apueste por ello.
Podemos decir que estas actividades de nuestra ‘izquierda cerebral’ han llegado a su máximo en Occidente con el híper desarrollo de la llamada ‘era de la información’. La automatización de los procesos, los ordenadores y la expansión de Asia como gran productor de todo tipo de bienes me lleva a concluir que sociedades como la española deben apostar por un mayor equilibrio con la ‘derecha cerebral’, para desarrollar las herramientas que de ella emanan y que son más necesarias que nunca de cara a un nuevo modelo productivo. Un sistema donde prime la creatividad, el diseño, la capacidad de trabajo en equipo, la empatía, la visión de conjunto, el dar un mayor ‘sentido’ a nuestro trabajo. Un modelo enmarcado dentro de una era que busca la felicidad no tanto en lo material como en lo conceptual. Y todo ello primando el esfuerzo como materia prima para la elaboración de un producto donde se equilibran los dos hemisferios cerebrales.
El llamado fracaso escolar es también la manera que tienen nuestros hijos de decirnos que hace falta algo nuevo. Sí, tiene que ver con la pérdida de ciertos valores (el esfuerzo, disciplina, desprecio de los maestros), con falsos modelos de éxito divulgados por los medios de comunicación y con la creencia en el éxito fácil o con atajos. También con que nuestros educandos quieren opinar, tener una voz. No quieren más de lo mismo ya que probablemente sienten que con los antiguos curriculums ya hemos tocado techo, ya no añadimos más alegría, más felicidad. Quizás nos estén pidiendo una nueva educación que les ayude a desarrollar otras facultades, a ser más ellos mismos. Podrán así colaborar de modo más eficiente y alegre en la construcción de ese nuevo modelo productivo que propugna Rodríguez Zapatero, el cual debe ser el pilar económico de una nueva sociedad más plena, más justa, más feliz. La baronesa de Staël lo expresó en una frase: “¿Qué es la felicidad sino el desarrollo de nuestras facultades?”. Eso es lo que yo quiero para mis hijos.
Los cambios profundos que requiere la educación de las nuevas generaciones suponen un trabajo que dará resultados a largo plazo. Por lo tanto, se hace imperativo un gran pacto de estado entre todos los partidos políticos para poder sostener esa transformación. Una sociedad que aliente la creatividad y los medios para que cada individuo la explote al máximo será sin duda una sociedad más feliz. En mi medida y con mi voto apoyaré a quien apueste por ello.
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