Un asesor político le dio un día a un presidente de gobiernos tres cartas que él debería abrir sucesivamente si las cosas le iban mal.
Un asesor político le dio un día a un presidente de gobiernos tres cartas que él debería abrir sucesivamente si las cosas le iban mal.
Así sucedió con lo que el mandatario se enfrentó a la primera misiva.
El mensaje era escueto, pero rotundo.
Decía: «Échale las culpas a tu predecesor».
Aquello surtió efecto durante algún tiempo, pero no fue suficiente para resolver los problemas, por lo que nuestro gobernante tuvo que abrir la segunda carta.
Esta rezaba: «Échale la culpa a la crisis general; di que es tan intensa que a pesar de las acertadas medidas que tomas para enfrentarla, las soluciones aún tardarán en llegar».
Así lo hizo con fortuna desigual porque el argumento convenció a los convencidos y no satisfizo a los detractores que criticaron su reacción tardía y el desacierto de sus decisiones.
El Presidente no tuvo más remedio, entonces, que rasgar la tercera carta que lacónica sentenciaba: «Vete escribiendo las tres cartas».
Yo no sé si Zapatero recibió algún día las tres misivas, pero tanto como si fue así, como si no lo fue, debería ir escribiendo las suyas.
Por supuesto que el Presidente tiene toda la legitimidad para terminar la legislatura, pero eso no parece bueno ni para él, ni para las opciones del candidato sucesor, ni sobre todo para el país.
La mayoría de la ciudadanía tiene la percepción de que este gobierno no tiene la capacidad para resolver la complicada situación a la que nos enfrentamos y esta crítica, desilusionada y huidiza de la cosa política.
Es verdad que la oposición no perdona ni una y que su crítica adquiere a veces la figura del «acoso político». Pero en un escenario de ausencia total de acciones de consenso, no sé qué va a ser de nosotros como Zapatero no decida aplicarse el espíritu de ese precepto aprobado por el Parlamento Andaluz conocido como la Ley de la Muerte Digna. Rafael Puyol, ABC.
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