miércoles, 26 de septiembre de 2012

Los profetas de la política no pudieron augurar que Rajoy siguiera los pasos de Zapatero.


http://lavinetasatirica.blogspot.com.es/2010/10/caricatura-de-mariano-rajoy.html

El naufragio
MANUEL MARTÍN FERRAND
Los profetas de la política no pudieron augurar que Rajoy siguiera los pasos de Zapatero. Parecía un imposible metafísico, pero ahí está la realidad.
SEGÚN pasan los días, vertiginosamente, Mariano Rajoy -su política, su conducta, su actitud- se asemeja más a José Luis Rodríguez Zapatero. ¿Será que el escenario, el decorado y el ambiente tienen fuerza determinante sobre la sensibilidad y las ideas del inquilino titular de La Moncloa? Nunca se sabe.
Zapatero, escaso de experiencia y sobrado de buena voluntad, se instaló en un buenismo infantil que, posiblemente, alcanzó su cota máxima con la prédica de la «alianza de las civilizaciones», un propósito tan benemérito como inútil que las Naciones Unidas han terminado por aceptar como causa propia. Rajoy, entonces en la oposición, hizo lo que otros muchos hicimos: dudar de la integridad intelectual del leonés, preso en un arrebato de fraternidad universal. El islam y el mundo occidental, cristiano, pueden llegar a convivir pacíficamente en aras de una mutua tolerancia; pero sus ideas, en profundidad, son antagónicas. La condición monoteísta es el único punto de encuentro entre ambos modos de entender y relacionarse con Dios y, sobre todo, el magma cultural que de ello se deriva tiene cargas que se repelen violentamente cuando tratan de juntarse.
Ahora, Rajoy, por un plato de lentejas -un asiento provisional en el Consejo de Seguridad- se ha convertido en continuador de su predecesor en eso tan quimérico y hueco de la «alianza». La asimetría que las teocracias islámicas marcan en su relación con los países cristianos -democráticos- es tan grande que resulta difícil el equilibrio que hoy occidente mantiene con ellos. Conviene recordar a Oriana Fallaci que, tras el 11-S verdadero, el de Nueva York, interrumpió su agonía para prevenirnos desde el conocimiento y la experiencia, contra el fundamentalismo islámico que, desde entonces, no ha dejado de crecer y certificar sus amenazas con un reguero de cadáveres occidentales.
Los profetas de la política, que no son pocos, no pudieron augurar que Rajoy siguiera los pasos de Zapatero. Parecía un imposible metafísico, pero ahí está la realidad. Una realidad errática que viene marcada por otra singularidad de la vida política española, la falta de consenso entre los grandes partidos nacionales sobre las líneas maestras de la política exterior. Es la misma demoledora carencia de acuerdo que fomenta la efervescencia secesionista de los partidos nacionalistas y que introduce, siempre fuera del Parlamento, un debate nacional distante del que reclaman los ciudadanos y que es germen de la desafección y distancia entre los ciudadanos y sus representantes, entre el pueblo y la política. El hecho de que Rajoy continúe la labor integradora entre civilizaciones y culturas irreconciliables que comenzó su predecesor, algo que el del PP criticó con saña, es otra prueba del naufragio. Sálvese quien pueda.

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