Tienen toda la razón: el no hacerlo equivale a la equiparación que los tales —nacionalistas, independentistas, secesionistas- hacen entre sus propias aspiraciones y la de todos los catalanes. Como si fueran ellos los únicos representantes de la catalaneidad. Recomendación semántica esta tanto más importante cuanto que, como ya estaba previsto, el nacionalismo catalán escenifica la ocultación de sus propios fracasos con la convocatoria de unas elecciones anticipadas que tienen todas las hechuras de un plebiscito y que viene acompañada de coacciones y amenazas. Ha sido el mismo Presidente de la Generalidad de Cataluña, Artur Mas, el que, en contra del marco legal que los españoles se dieron democrática y masivamente en 1978, ya ha anunciado que procederá a la convocatoria de una consulta referendaria legal o ilegal. Sabemos suficientemente que sólo puede ser esto último. La opción por las vías de hecho que palmariamente persigue CIU, con el apoyo de formaciones afines, anuncia una inevitable y grave confrontación entre constitucionalistas y los que o no lo son, o no lo han sido nunca y confirma no sólo los peores presagios tradicionalmente adscritos a la deriva del nacionalismo sino que además describe con certeza un periodo de muy grave inestabilidad para España. Si a las elecciones del 25 de Noviembre den Cataluña añadimos las que tendrán lugar en el País Vasco y en Galicia el 21 de Octubre tendremos una aproximada visión de la incertidumbre que se cierne sobre el futuro de nuestro país. El que todavía describe el Articulo 2 de la Constitución de 1978 como “la patria común e indivisible de todos los españoles”.
Reconocer la gravedad de los hechos no debe conducir a la parálisis o a la dócil aceptación de sus consecuencias. La partida está por jugar y en ella tienen masivas posibilidades de éxito aquellos, seguramente una mayoría, que están con España y con su Constitución. Pero en ella no caben timideces ni evasivas. Es esta una historia que no se resuelve únicamente con recursos al Derecho Administrativo o con políticas de bajo perfil. Es imprescindible un liderazgo convencido y convincente que, permeando todos los recovecos de la sociedad española, tenga a las instituciones públicas, y en particular al Gobierno de la Nación como protagonistas principales de una pelea —por incruenta que resulte- en donde está en juego la misma existencia de España. Es decir, una pelea paralela y similar a la que los secesionistas catalanes vienen arteramente desplegando en contra de España.
Es por ello por lo que resulta de todo punto necesario no confundir a los nacionalistas con Cataluña, no identificar su causa con la de todos los catalanes, no añadir elementos que puedan servir para que los partidarios de la independencia vuelvan a recargar las exhaustas baterías del victimismo. Es esta una pelea a favor de la España grande, donde todos caben y nadie sobra y solo lateralmente, pero también necesariamente, una gresca en la que poner al aire las vergüenzas, las miserias, las mentiras, las corrupciones de los separatistas y de sus conmilitones. Es decir, todas las inmundicias acumuladas durante décadas de hegemonía nacionalista tolerada por el resto del cuerpo político español en la vana esperanza de que mirando para otro lado los antiespañoles de profesión acabaran por reconocer las ventajas de la vida en común. Aunque para ello tuvieran que renunciar a las prebendas surgidas de la trampa y la corrupción. Desgraciadamente no ha sido así.
La tarea no es imposible pero no por ello menos ardua. Solo el Partido Popular aparece ahora en Cataluña, y de hecho en toda España, como defensor firme y sin fisuras de la Constitución de 1978. El PSOE, tanto en versión catalana como en la vasca, sigue alardeando de las ambigüedades que han hecho de sus contradictorias “dos almas” el mejor aliado de los nacionalismos. “Ciutadans” en Cataluña y “UPyD” en toda España, pueden ser aliados significativos en esta tarea de reafirmación constitucional pero qué duda cabe: solo un frente común constitucionalista formado por PP y PSOE puede dar aliento y continuidad a la España de las libertades que conocemos desde hace treinta y cinco años. Y cuyos remotos orígenes tienen siglos de existencia.
No hay excusas: esta es la hora de la verdad. Si la troncalidad constitucional falla, si los encargados de su custodia flaquean, si los españoles que desean seguir siéndolo se encuentran huérfanos de liderazgo e inspiración, hasta lo imposible puede convertirse en realidad. Y la división de España, mal que les pese a los independentistas, no es un negocio barato. No hay nada visible tras el texto constitucional. ¿Queremos de nuevo arrojarnos al vacío?
Javier Rupérez
Embajador de España
No hay comentarios:
Publicar un comentario