Los españoles han comenzado a mostrarse decepcionados del funcionamiento de la democracia
IGNACIO CAMACHO.- 10/12/2010
DESPUÉS de dos años largos quejándose de los partidos y su burbuja endogámica hasta situarlos como el tercer problema nacional, los españoles han comenzado a expresar —casi cinco de cada diez en el último barómetro del CIS— su decepción por el funcionamiento de la democracia y del Parlamento. Ojo que se trata de palabras mayores: por esas grietas de desencanto se cuelan los populistas, los giles, los berlusconisy los salvapatrias.
Que la gente se lamente del egoísmo o de la corrupción de la clase política no deja de ser un reflejo desengañado de angustia ante una crisis de desamparo, pero cuando la queja alcanza a las instituciones y al propio mecanismo democrático hay motivos para un auténtico estado de alarma y conviene llamar a los bomberos porque se está quemando la cocina del sistema.
El problema es que los bomberos son los mismos que le han prendido fuego a esta desesperanza, y sólo ellos pueden sofocar el incendio a riesgo de socarrarse en las brasas.
Aquí se está incubando una crisis sistémica a consecuencia de la degradación de la actividad pública, y tienen que ser los protagonistas de la dirigencia quienes procedan a recomponer la confianza rota mediante una autodepuración de su credibilidad.
No es asunto fácil; se han alejado demasiado de la calle y se han acostumbrado a circular por un carril propio con las ventanillas ahumadas.
Precisamente por ahí hay que empezar, por un recorte de privilegios que aproxime la vida de los políticos a la sensibilidad de los ciudadanos, que ahora los ven como una casta que no desgasta sus zapatos porque sólo pisa moqueta.
Luego es menester que los partidos vuelvan a reclutar a personas con prestigio social y experiencia profesional y abandonen la retroalimentación interna que hace de la militancia una carrera en sí misma.
Y por último resulta imprescindible que quienes tienen responsabilidad institucional hagan un esfuerzo visible de acercamiento entre ellos; una de las causas patentes del recelo popular es la falta de acuerdo ante situaciones de evidente interés público, preteridas por el enfrentamiento sectario de una lucha por el poder en la que no se atisba vocación de servicio sino un vulgar tironeo por el reparto de prerrogativas.
Las larguísimas colas de horas para ver el Congreso durante el puente de la Constitución muestran que no es interés político lo que falta entre los ciudadanos. Pero la mayoría de los comentarios de los visitantes se referían a la necesidad de pactos sobre cuestiones de Estado. Muchos españoles se están cansando de ese cerrado debate para hooligansque constituye el núcleo de la vida parlamentaria. Están hartos de extremismos banderizos y desean que se escuche su voz sin suplantarla. En eso consiste la verdadera representatividad democrática a la que hay que volver antes de que el descreimiento arrase cualquier posibilidad regenerativa.
viernes, 10 de diciembre de 2010
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