lunes, 13 de diciembre de 2010

Economía

Existe una extraordinaria rigidez a la baja en todos los trabajadores respecto a las condiciones sociales conseguidas.-
JUAN VELARDE FUERTES
En ese siglo —de 1820, eliminados ya los grandes conflictos, a 1914— en el conjunto de los cuatro países más importantes económicamente —Francia, Alemania, Gran Bretaña y Estados Unidos— el PIB había crecido en un 510,9%, o sea, se había multiplicado por 6.
De paso, para que se comprenda lo equivocado de nuestra política económica, en ese mismo periodo el PIB español creció sólo un 234,7%, con lo que nos separábamos cada vez más de los países más industrializados.
Naturalmente, tras el trauma de la I Guerra Mundial, que había alterado profundamente las estructuras económicas de esos cuatro contendientes, parecía general el deseo de retornar a los buenos tiempos anteriores.
El patrón oro había desaparecido, y las comodidades que había creado para facilitar el comercio internacional al liquidar los riesgos del cambio, daba la impresión que clamaban por su vuelta. Resultaba obligado, parecía lógico, el volver a la situación anterior.
Las recomendaciones del Comité Cunliffe, creado en 1918, a raíz de la victoria, eran francamente deflacionistas, para intentar retornar a los precios anteriores a agosto de 1914. Esto suponía una rebaja en los salarios.
Sucesivamente contemplamos lo que se ha calificado de «tempestad» por Åkerman. Desde España esa turbulencia se contempló minuciosamente por Olariaga en unos muy bien documentados artículos en «El Sol». Su referencia exacta la tenemos en el estupendo estudio que, sobre la obra periodística de este economista, ha efectuado la profesora María del Carmen Pérez.
En ese sentido contemplamos en Gran Bretaña una huelga en los ferrocarriles, y sobre todo, en 1920 y 1921, unos violentísimos conflictos en los mineros de carbón, hasta culminar, tras vertiginosas caídas de famosos políticos causadas por ello —las de Lloyd George, de Baldwin, y la de MacDonald— en el retorno de los conservadores, con Baldwin, quien llevaba a Churchill como canciller del Exchequer, o sea, como ministro de Hacienda.
Este decidió el retorno al patrón oro con fuertes recortes sociales, lo que provocó una colosal huelga en la minería del carbón.
Entonces fue cuando Keynes publicó, primero en el «Evening Standard», un conjunto de durísimos artículos, que se recogieron en un opúsculo famoso: «Las consecuencias económicas de Mr. Churchill» (1925), evidentemente heredero de lo que ya había señalado en 1923 en el «Tract on Monetary Reform».
Virginia Woolf ha relatado muy bien el ambiente complementario del grupo de Bloomsbury, relacionado con la divulgación de estas ideas, en parte gracias a su marido Leonard.
Algo quedó claro para siempre entre los economistas: la extraordinaria rigidez a la baja que existe en el ambiente de todos los trabajadores respecto a las condiciones sociales conseguidas.
En la «Teoría General de la Ocupación, el Interés y el Dinero», en 1936, en la pág. 269 de su edición inicial, se lee: «Sólo en una sociedad autoritaria, donde los cambios se pueden imponer de un día para otro y en la cuantía suficiente, se podría decir que la política de salarios flexibles podría funcionar.Uno se puede imaginar que esto funcione en Italia, en Alemania o en Rusia, pero no en Francia, Estados Unidos o Gran Bretaña». Herencia de las duras luchas sociales iniciadas desde el siglo XIX, fue el considerar, por cualquier grupo de asalariados, que su situación se había logrado gracias a una ardua acción, y que todo lo logrado era absolutamente irrenunciable.
Como consecuencia de algo tan general, y que impregna el pensamiento social, los controladores de los aeropuertos españoles, con su aparato sindical propio, pasaron a considerar que también eso es lo que acontecía con ellos.
Dejo a un lado que hoy en día, muy alejados de las condiciones sociales que reinaban aun hace un siglo, un monopolio en un sector clave del factor trabajo es tan perturbador como cualquier otra maniobra de este tipo, y que ese monopolio existe en el mundo de los controladores.
Pero, como se acaba de señalar, esa rigidez está en la historia del mundo obrero, que da la impresión de que si esto se ignora en las filas del PSOE, algo serio doctrinalmente ocurre en él.
Cuando ya en la mañana del 3 de diciembre de 2010, en vísperas de un colosal movimiento de viajeros por avión, el Gobierno tuvo noticia de que existía agitación entre los controladores, en relación con su negativa a prescindir de ciertos privilegios, y dado que, en los actuales momentos de crisis la magnitud del daño —en lo económico y también desde un punto de vista de nuestra sociedad— podía ser colosal, ¿por qué no se suspendió esta decisión y se esperó a replantearla, incluso con igual o mayor dureza, allá a mediados del mes de enero?.
Y, como indicaba Keynes, únicamente se resolvió cuando se empleó un mecanismo autoritario, el derivado de la declaración del estado de alerta y la militarización de este colectivo, tras provocar un daño considerable e irritante a la economía española y, también, a nuestra sociedad.


Ignorar cuestiones muy sabidas de la teoría y de la historia económica, y también de la del movimiento obrero, puede conducir a que alguien, sobre esta etapa de la vida española se vea tentado a titular su relato así, parafraseando a Keynes: «Las consecuencias económicas del señor Zapatero».

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