martes, 6 de diciembre de 2011
La dignidad y el poder
Por ROSA DÍEZ. Diputada socialista al Parlamento Europeo.
DESDE la perspectiva europea es difícil entender de forma racional las cosas que ocurren en Euskadi. Y no me extraña, porque somos un país único en el mundo. «Somos diferentes», suelen decir machaconamente los nacionalistas, coincidiendo así, en el fondo y en la forma, con aquel otro eslogan franquista «España es diferente».
Realmente los vascos no somos diferentes del resto de ciudadanos de nuestro entorno, como no lo éramos los españoles de la etapa franquista. Pero las sociedades en las que vivimos o vivíamos, las instituciones que nos gobiernan, sí que son diferentes.
En el País Vasco se dan tantas paradojas que todas ellas juntas constituyen nuestro verdadero hecho diferencial. No es nuestro paisaje, ni la laboriosidad de nuestra gente, ni el desarrollo de nuestra tecnología o la modernidad de nuestras ciudades lo que nos distingue de los demás. Tampoco el hecho de tener un idioma propio, pues es habitual en España y en el resto de Europa la convivencia, en mayor o menor armonía, de dos o varios idiomas en una región o comunidad. Nosotros podemos presentar, sin miedo a coincidir con nadie, otros muchos hechos que sí que nos sitúan como una realidad única e incomparable. Citaré algunos ejemplos.
1. Somos el único país del mundo en el que conviven, de forma cotidiana y a lo largo del tiempo, democracia y terrorismo.
Hay ejemplos de democracias que han sufrido ataques terroristas y también países que viven o han vivido enfrentamientos internos entre terrorismos de distinto signo.
Pero no conozco ni un solo ejemplo en el que una organización terrorista «de la tierra», que nació en las postrimerías de la Dictadura, se haya perpetuado durante casi tres décadas para combatir el sistema democrático.
2. Somos el único país del mundo democrático en el que conviven opulencia y terrorismo. Cuando alguien hace el discurso sobre «las causas» del terrorismo en mi presencia y cita como elementos comunes y principales de su florecimiento la pobreza y la ausencia de democracia, yo les cuento lo del País Vasco. Y noto que me miran raro.
3. Somos el único país del mundo democrático en el que los terroristas atacan, persiguen, amenazan y asesinan sólo a los miembros de los partidos de la oposición. O a los periodistas, jueces y/o profesores que «no comulgan» con las tesis de los gobernantes.
4. Somos el único país del mundo democrático en el que es la oposición la única que necesita escoltas.
5. Somos el único país del mundo democrático en el que, cuando se convocan elecciones, lo que se celebra de veras son votaciones. Porque una parte de la ciudadanía tiene proscrito su derecho activo y pasivo a participar en aquéllas en igualdad de condiciones con quienes apoyan o van en las candidaturas de los partidos que están en el Gobierno. Por tanto, se vota, pero realmente no se puede elegir libremente.
6. Somos el único país del mundo democrático en el que su Gobierno hizo un pacto con la organización terrorista que lleva más de 30 años sembrando de víctimas nuestra tierra, para asegurar la exclusión política de quienes no somos de su misma ideología (más o menos el 50 por ciento de la sociedad).
7. Somos el único país del mundo democrático que tiene un Gobierno que deslegitima desde las propias instituciones las normas que le permiten ostentar el poder político; un Gobierno cuyo «ministro» de Justicia se manifiesta con los que burlan la legalidad, cuyo «ministro» del Interior exige compensaciones para la organización terrorista cuando se detiene a uno de sus miembros. El único país que tiene un presidente que acoge, protege y defiende a una organización que ha sido declarada por los más altos tribunales del Estado como integrante del entramado terrorista.
Podría seguir poniendo ejemplos de lo que constituye nuestro verdadero hecho diferencial. Pero sé que no hace falta. Ustedes ya se han dado cuenta de que el nuestro, a diferencia de otros que por el mundo existen, requiere de la aplicación de políticas excepcionales para su erradicación. Acostumbrados como estamos, en este mundo globalizado, a pedir acciones para preservar la diversidad, en eso también el País Vasco es diferente. Cuando nuestro hecho se conoce, nadie quiere preservarlo, y las voluntades se acumulan para conseguir erradicar esta mancha que ensucia la democracia y que es la gran asignatura pendiente de España y Europa entera. Vamos, que no es diversidad, sino anomalía.
Decía antes que los ciudadanos vascos no nos diferenciamos apenas entre nosotros. Los perseguidos y los verdugos, los cómplices, los consentidores, los beneficiarios del chantaje, los cínicos, los tibios, los resistentes, los héroes anónimos, los chivatos... en la calle, en el taller o en la universidad, en un concierto o en un restaurante, todos somos bastante iguales. Bueno, lo correcto sería decir: todos éramos bastante iguales. Hasta el extremo de que tuvieron que empezar a amenazarnos, a perseguirnos, a asesinarnos, para que dejáramos de ser iguales. Y ahora sí, ya somos diferentes. Lo curioso es que en Euskadi los «diferentes» no son los que reivindican el hecho diferencial del pueblo vasco y su historia milenaria, generadora, según ellos, de derechos tribales. No, aquí los diferentes somos los que siempre supimos que éramos iguales que los demás: entre nosotros y respecto al resto de los españoles. Aquí, la Estrella de David que nos marca son nuestros escoltas, nuestra forma de vida, no tener costumbres fijas ni horarios habituales, no poder ir con tranquilidad a determinadas zonas de tu propia ciudad, no poder llevar a los niños al parque, ni pasear sola por la playa o ir al monte solo con amigos. El terrorismo y el nacionalismo cómplice y/o complaciente nos han hecho visibles, distintos. Han conseguido, sí, que seamos diferentes.
No hace falta que les diga que ésta es otra de nuestras paradojas: los que reivindican la diferencia viven igual que el resto de los españoles, amparados por la Constitución, ejerciendo todos los derechos que ésta nos reconoce, desde el derecho a la vida hasta el derecho a la libre expresión, a la participación en los procesos electorales y a la libertad de movimiento o pensamiento. Y quienes nunca quisimos ser diferentes seguimos reivindicando esa Constitución que protege los derechos que disfrutan -otra paradoja- quienes la quieren liquidar.
Yo he explicado a mis colegas europeos que el 17 de abril tuvimos en Euskadi una nueva oportunidad para homologarnos con ellos. Les he contado que ha habido elecciones y que es posible que esta vez mandemos a la oposición a quienes durante 22 años han gobernado para mantener unos hechos diferenciales que avergüenzan a cualquier demócrata. Les he explicado que en el País Vasco hay dos partidos autonomistas y constitucionalistas -uno de izquierdas y otro de derechas-, y que juntos pueden conseguir que los gobernantes actuales no tengan la oportunidad de mantener esa indignidad. Les he explicado que esos dos partidos compiten cada cuatro años para lograr la mayoría y formar el Gobierno de España; que representan dos opciones ideológicas y que contraponen sus modelos en lo cultural, educativo, de vivienda o empleo. Y les he dicho que en Euskadi sólo será posible provocar la alternativa si ambos partidos nos lo planteamos como un objetivo de Estado y sumamos fuerzas para que dentro de unos años podamos contraponer, también aquí, nuestras propuestas políticas y disputar con normalidad en las urnas.
Me entendieron perfectamente. Porque los europeos tienen memoria. Y saben que ante situaciones extraordinarias se requieren medidas excepcionales. Mi propuesta les pareció bastante más normal que las cosas que ocurren cotidianamente en el País Vasco sin que al parecer a nadie le llamen la atención. Por eso espero que los votos que los ciudadanos han depositado en apoyo de las opciones constitucionalistas se utilicen bien. Y que quienes tienen la obligación de gestionarlos y pueden impulsar un Gobierno de cambio pongan por delante de sus opciones personales, de sus cálculos políticos o de sus ensoñaciones históricas, la dignidad y el sentido de Estado. Y espero que los dirigentes de mi partido no hayan olvidado las palabras que Pilar Ruiz le dirigió a Patxi López el día que se cumplía el segundo aniversario del asesinato de su hijo Joseba Pagazaurtundúa: «Cuando tengas que tomar decisiones, pon en un lado de la balanza lo más importante: la vida, pero también la dignidad. En el otro lado pon entonces el poder y el interés del partido. Y sabrás si tu decisión es correcta o no. No te olvides de que quien pacta con los traidores se convierte en un traidor».
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