martes, 2 de octubre de 2012

La doctrina de la autodeterminación histórica de los pueblos es, en el fondo, una versión profana de la antigua teología providencial.



“Somos menos libres de lo que creemos y de lo que parecemos (…). Tal vez  no hay por eso, mayor despropósito moral como el de creer en la posibilidad de autodeterminación de los pueblos o naciones. Posibilidad que no sólo está negada en la historia de la humanidad, sino en la misma lógica de la cosa nacional.
España, como las demás naciones, no ha sido fruto de una decisión voluntaria de sus pobladores, renovada cada día en una especie de plebiscito de 24 horas (…). Ni tampoco es un producto contractual del consenso de los poderosos o del asentimiento de los pueblos que la integran.
Hablar de autodeterminación histórica, para mezclar la idea de destino con la libertad, es un contrasentido que no dice absolutamente nada.
La doctrina de la autodeterminación histórica de los pueblos es, en el fondo, una versión profana de la antigua teología providencial.
Los pueblos han recogido, en su historia milenaria sin retorno, oscilantes periodos de en de engrandecimiento y de empequeñecimiento material, de renacimiento y decadencia de sus civilizaciones técnicas y de sus cultura morales, sin que la libertad interior de sus miembros individuales ni la fatalidad de sus destinos colectivos  hayan tenido mucho que decir en esas grandes mutaciones.
Además de las pasiones colectivas que orientan en una comunidad la conducta gregaria de los individuos, libres o esclavos, que la integran, desde siempre se ha sabido (…) que el clima y las condiciones ecológicas del medio ambiente has desempeñado un papel decisivo en el desarrollo discretamente desigual de la humanidad y en la formación de las naciones.
Esto no quiere decir que (…) en los egoístas genes de la materia viva, esté escrita la historia, dichosa o desdichada de los pueblos, como está en el código genético la biografía animal de las personas.
Por ello, porque no está predeterminada, España no ha sido, no es y no será  una unidad de destino nacional en lo universal (como pretendió el franquismo) y porque no es un producto de la voluntad de los españoles, España tampoco puede ser una pluralidad de destinos particulares en lo común europeo, como pretende el postmodernismo juancarlista".

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