miércoles, 3 de octubre de 2012

La costumbre de hablar de las naciones como si fueran personas ha facilitado la errónea creencia, puramente ideológica, de que también con ellas tienen derechos.



“Somos menos libres de lo que creemos y de los que parecemos (…). Tal vez  no hay por eso, mayor despropósito moral como el de creer en la posibilidad de autodeterminación de los pueblos o naciones. Posibilidad que no sólo está negada en la historia de la humanidad, sino en la misma lógica de la cosa nacional.
España, como las demás naciones, no ha sido fruto de una decisión voluntaria de sus pobladores, renovada cada día en una especie de plebiscito de 24 horas (…). Ni tampoco es un producto contractual del consenso de los poderosos o del asentimiento de los pueblos que la integran.
Hablar de autodeterminación histórica, para mezclar la idea de destino con la libertad, es un contrasentido que no dice absolutamente nada.
La doctrina de la autodeterminación histórica de los pueblos es, en el fondo, una versión profana de la antigua teología providencial.
Los pueblos han recogido, en su historia milenaria sin retorno, oscilantes periodos de en de engrandecimiento y de empequeñecimiento material, de renacimiento y decadencia de sus civilizaciones técnicas y de sus cultura morales, sin que la libertad interior de sus miembros individuales ni la fatalidad de sus destinos colectivos  hayan tenido mucho que decir en esas grandes mutaciones.
Además de las pasiones colectivas que orientan en una comunidad la conducta gregaria de los individuos, libres o esclavos, que la integran, desde siempre se ha sabido (…) que el clima y las condiciones ecológicas del medio ambiente has desempeñado un papel decisivo en el desarrollo discretamente desigual de la humanidad y en la formación de las naciones.
Esto no quiere decir que (…) en los egoístas genes de la materia viva, esté escrita la historia, dichosa o desdichada de los pueblos, como está en el código genético la biografía animal de las personas.
Por ello, porque no está predeterminada, España no ha sido, no es y no será  una unidad de destino nacional en lo universal (como pretendió el franquismo) y porque no es un producto de la voluntad de los españoles, España tampoco puede ser una pluralidad de destinos particulares en lo común europeo, como pretende el postmodernismo juancarlista.

Dos mundos de existencia virtual donde la realidad es suplantada por la imagen, donde el ser es suplantado por el "parecer" y la personalidad por la “impresión” que se debe dar de ella.
Entre esas palabras mágicas que componen el vacío de los discursos, con imágenes de generosidad (solidaridad), de esperanza (progreso) y de sabiduría técnica (modernidad), hay una voz relativa a la justicia que se tiene reservada para zanjar discusiones conflictivas entre ambiciones sociales opuestas o divergentes: “derecho, tener derecho”.
El bando que consigue designar con la palabra “derecho” a su “ambición”, y que así la llamen quienes no están comprometidos en el pleito, ha comenzado a ganarlo.


(…)  Tan arraigada está la creencia de que las naciones, puros hechos de existencia humana, tienen derechos subjetivos como si fueran personas, que hasta los diccionarios de teología definen el hecho de autodeterminación como derecho natural..”
(…) La costumbre de hablar de las naciones como si fueran personas ha facilitado la errónea creencia, puramente ideológica, de que también con ellas tienen derechos (…)

“España, sin necesidad de invocar ningún derecho, es un hecho de existencia  nacional, con el que se topan las generaciones sucesivas de todos los pueblos que nacen y se reproducen en su territorio.
Cataluña y el País Vasco, en cambio, no son hechos de existencia nacional, aunque una parte de sus habitantes los reclaman y desean imponer como derechos.
Al no ser regiones sometidas a la ocupación de una potencia  extranjera, el derecho de autodeterminación nacional no puede ser reivindicado ante ningún tribunal de justicia internacional. De ahí a que sólo pueda esgrimirse ante la opinión pública interna, mediante una continua oposición nacionalista al Estado que los deniega.
(…) el derecho de autodeterminación  es invocado por las nacionalidades lingüísticas españolas como las personas lo hacen con el derecho de legítima defensa. Para justificar la acción directa.

(…) Si escuchamos y creemos lo que dicen los nacionalistas, no dudaríamos en calificar  la situación que sufren  sus regiones como la de un estado de necesidad o peligro permanente que les obliga a separarse de las demás, o a cambiar su modo de relacionarse con ellas, por una razón tan elemental como la legítima defensa. Pero si observamos la conducta de los nacionalistas a lo largo de las distintas situaciones políticas que han conocido en la Historia nacional del estado, llegamos a la conclusión de que nos es la legítima defensa, sino el oportunismo, lo que impulsa su movimiento centrifugador.
La resistencia nacionalista disminuye cuando más necesaria sería, o sea, cuando la dictadura persigue y reprime las más primeras manifestaciones de particularismo. Y aumenta en la mis medida, en que deja de ser necesaria, o sea, cuando la libertad cultural es plena.
Esta observación es suficiente para sospechar que el único objetivo y el único móvil de las organizaciones nacionalistas es la envidia de poder. No el poder social en sus regiones, sino el poder político en un Estado.
Que lo buscan, bien sea convirtiendo en estatales sus plataformas regionales de poder o bien dotándose de un Estado propio. Y así, en su ambición de poder estatal, se diferencias de los demás  partidos en el pretexto ideológico que da fundamento social a sus pretensiones de ser cabeza de ratón antes que cola de ratón.
Si esta sospecha se confirmara, como toda hipótesis, con la experiencia histórica del movimiento nacionalista, el tan cacareado derecho de autodeterminación sólo sería un cornetín de enganche para la batalla del poder, para la conquista de un Estado propio.

No hay comentarios: