M. MARTÍN FERRAND. ABC.- Jueves , 04-02-10
REZAR, como nos enseñaba el Catecismo del padre Astete, «es elevar el corazón a Dios y pedirle mercedes con humildad y confianza». En el Catecismo del padre Ripalda, el de la otra media España, era el alma y no el corazón lo que se debía elevar; pero, tratándose de textos de dos buenos clérigos del XVI, lo del corazón es previo a la cardiología y lo del alma, anterior al psicoanálisis. Para rezar basta con una voluntad piadosa y esperanzada y un mínimo de fe en Dios. ¿Coincidirán esas condiciones en José Luis Rodríguez Zapatero cuando esta mañana asista al desayuno de oración que tiene convocado The Family Fellowship, presidido por Barack Obama, o se trata de una nueva impostura del personaje que nos gobierna?
Hace muchos años, un dinámico cura irlandés puso en marcha una «cruzada» -así la llamaron entonces- para inducir al rezo del rosario en familia. El lema de la campaña -«La familia que reza unida permanece unida»- originó en Madrid la mayor concentración de personas de la que tengo memoria hasta la llegada de Juan Pablo II, por encima de las exhibiciones patrióticas y las demostraciones sindicales propias de la época. ¿Qué familia pretenderá mantener agrupada el sobrevenido devoto Zapatero? Su insensatez federal niega, con los hechos, la hipotética pretensión de la unión entre los españoles y la contestación que comienza a notarse en las filas del PSOE desmiente la de la familia socialista. Todo sea por una foto que compense, en Washington, la ausencia, en Madrid, de la que nos tenía anunciada en grandiosa conjunción planetaria para el próximo mes de mayo.
Lourdes o Fátima tienen probada una mayor y más antigua capacidad milagrera que Washington; pero Zapatero, que mira el pasado con rencor y el futuro con esnobismo, prefiere peregrinar a Washington. Está en su derecho, como lo está al hacerse acompañar de distinguidos acólitos del periodismo español para que le lleven el cirio y, llegado el caso, puedan escribir la crónica de su conversión a la doctrina del imperio de las barras y las estrellas. San Pablo, cuando cayó del caballo, empezó el camino de la santidad; pero sospecho, a partir de la lectura de sus epístolas, que era más habilidoso jinete de lo que pueda serlo el de León. No es lo mismo Damasco que Washington y las caídas equinas no necesariamente hacen brotar la fe. En la mayoría de los casos conducen, únicamente, a la deslomadura.
En Bruselas tenemos a una corte de personajes muy bien pagados que ponen condiciones draconianas a todos aquellos que viven de su esfuerzo y no buscan más que el bienestar de sus familias, en las peores condiciones. En Madrid y en todas las cortes de taifas de nuestra geografía se producen aún mayores vilipendios. Hablar de los abusos y disparates, de las barbaridades que comete la Generalidad de Cataluña en su incansable cruzada por la puridad identitaria resulta ya ocioso. Un grupo de perfectos mediocres que quiere hundir a su pueblo al mismo nivel que el suyo está destrozando toda motivación de calidad, excelencia y humanismo porque sólo se sabe a gusto y a salvo en el lodo propio. Han conseguido en Cataluña crear el temor necesario para que solo les respondan los exiliados. Pero hemos llegado al instante en que ya no es sólo el País Vasco con la amenaza permanente de muerte. Ni Cataluña con su espada de Damocles de la exclusión social. Estamos ante una España en general en la que se siente el miedo. En la que ya no son payasadas de Bruselas sino admoniciones propias de La Moncloa las que hacen bajar el tono a nuestros ciudadanos a la hora de hablar. Si Bruselas se ha convertido en una especie de laboratorio total de directrices con amenazas de sanción, Madrid y su Gobierno se han convertido en una amenaza para toda persona libre.Con una vocación intimidatoria que Europa no conoce desde que se hundieron las últimas dictaduras.
REZAR, como nos enseñaba el Catecismo del padre Astete, «es elevar el corazón a Dios y pedirle mercedes con humildad y confianza». En el Catecismo del padre Ripalda, el de la otra media España, era el alma y no el corazón lo que se debía elevar; pero, tratándose de textos de dos buenos clérigos del XVI, lo del corazón es previo a la cardiología y lo del alma, anterior al psicoanálisis. Para rezar basta con una voluntad piadosa y esperanzada y un mínimo de fe en Dios. ¿Coincidirán esas condiciones en José Luis Rodríguez Zapatero cuando esta mañana asista al desayuno de oración que tiene convocado The Family Fellowship, presidido por Barack Obama, o se trata de una nueva impostura del personaje que nos gobierna?
Hace muchos años, un dinámico cura irlandés puso en marcha una «cruzada» -así la llamaron entonces- para inducir al rezo del rosario en familia. El lema de la campaña -«La familia que reza unida permanece unida»- originó en Madrid la mayor concentración de personas de la que tengo memoria hasta la llegada de Juan Pablo II, por encima de las exhibiciones patrióticas y las demostraciones sindicales propias de la época. ¿Qué familia pretenderá mantener agrupada el sobrevenido devoto Zapatero? Su insensatez federal niega, con los hechos, la hipotética pretensión de la unión entre los españoles y la contestación que comienza a notarse en las filas del PSOE desmiente la de la familia socialista. Todo sea por una foto que compense, en Washington, la ausencia, en Madrid, de la que nos tenía anunciada en grandiosa conjunción planetaria para el próximo mes de mayo.
Lourdes o Fátima tienen probada una mayor y más antigua capacidad milagrera que Washington; pero Zapatero, que mira el pasado con rencor y el futuro con esnobismo, prefiere peregrinar a Washington. Está en su derecho, como lo está al hacerse acompañar de distinguidos acólitos del periodismo español para que le lleven el cirio y, llegado el caso, puedan escribir la crónica de su conversión a la doctrina del imperio de las barras y las estrellas. San Pablo, cuando cayó del caballo, empezó el camino de la santidad; pero sospecho, a partir de la lectura de sus epístolas, que era más habilidoso jinete de lo que pueda serlo el de León. No es lo mismo Damasco que Washington y las caídas equinas no necesariamente hacen brotar la fe. En la mayoría de los casos conducen, únicamente, a la deslomadura.
En Bruselas tenemos a una corte de personajes muy bien pagados que ponen condiciones draconianas a todos aquellos que viven de su esfuerzo y no buscan más que el bienestar de sus familias, en las peores condiciones. En Madrid y en todas las cortes de taifas de nuestra geografía se producen aún mayores vilipendios. Hablar de los abusos y disparates, de las barbaridades que comete la Generalidad de Cataluña en su incansable cruzada por la puridad identitaria resulta ya ocioso. Un grupo de perfectos mediocres que quiere hundir a su pueblo al mismo nivel que el suyo está destrozando toda motivación de calidad, excelencia y humanismo porque sólo se sabe a gusto y a salvo en el lodo propio. Han conseguido en Cataluña crear el temor necesario para que solo les respondan los exiliados. Pero hemos llegado al instante en que ya no es sólo el País Vasco con la amenaza permanente de muerte. Ni Cataluña con su espada de Damocles de la exclusión social. Estamos ante una España en general en la que se siente el miedo. En la que ya no son payasadas de Bruselas sino admoniciones propias de La Moncloa las que hacen bajar el tono a nuestros ciudadanos a la hora de hablar. Si Bruselas se ha convertido en una especie de laboratorio total de directrices con amenazas de sanción, Madrid y su Gobierno se han convertido en una amenaza para toda persona libre.Con una vocación intimidatoria que Europa no conoce desde que se hundieron las últimas dictaduras.
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