El Gobierno -o lo que queda de él porque hay ministros desaparecidos- ha entrado en barrena: nada le sale bien y se mueve en el más absoluto caos.
Por todas partes está cundiendo una pavorosa sensación de alarma nacional que va mucho más allá de las emociones subjetivas porque se fundamenta en las devastadoras estadísticas del paro y un déficit ante el que los mercados europeos han empezado a tocar las sirenas.
El presidente puede huir de sí mismo pero el país no tiene para dónde escapar y sólo cabe rogar a quien cada uno rece para que este desbarajuste no termine de mala manera.
La última ocurrencia de desgobierno ha sido la propuesta retráctil de alargar las bases de la jubilación, que La Moncloa no ha sido capaz de sostener más allá de unas horas después de meter el susto en el cuerpo a los sindicatos y ante el probable veto de éstos. Forzado a rectificar su discurso con un ajuste en el que no cree,
Zapatero da bandazos como un piloto enloquecido tocando a la vez todos los botones del cuadro de mandos.
Si el objetivo era inspirar confianza a los mercados estos vaivenes deben de inspirar pánico: a ver quién le compra deuda a una nación gobernada (?) a tumbos por dirigentes sumidos en un abracadabrante desconcierto.
Con el Gobierno oliendo a chamusquina, algunos barones socialistas empiezan a poner pies en polvorosa tratando de que no les salpiquen los escombros.
El manchego Barreda se empieza a ver en el espejo cara de perdedor y ha apuntado hacia arriba para señalar responsabilidades. El cambio de gabinete que ha pedido no es más que una impugnación en toda regla del actual, bajo cuya sombra se siente oscurecido.
El desmarque tiene pinta de huida de un edificio en ruinas pero la opinión de Barreda es un clamor dentro y fuera del PSOE: con este equipo incompetente y quemado el Partido Socialista se hunde y el país detrás.
El problema es que el presidente puede hacer una crisis pero no se puede cambiar a sí mismo.
La situación es crítica, y en parte acaso irreversible.
Este colapso nacional va a dejar secuelas profundas en la estructura productiva, un retroceso de lustros en la escala socioeconómica de España. El asunto va mucho más allá de la lucha por el poder: estamos ante una coyuntura de auténtica emergencia que puede sumirnos en un marasmo de décadas, y el Gobierno permanece aislado y bloqueado, en conflicto con su propia esencia, incapaz de tomar decisiones estratégicas. El zapaterismo era un estilo para la política superficial, para gestos livianos y audaces a favor de corriente, pero carece de recursos y de enjundia para enfrentarse a los estragos de una crisis tan seria. Esto va a acabar mal y cada día tiene menos margen de arreglo. (Ignacio Camacho, ABC)
Por todas partes está cundiendo una pavorosa sensación de alarma nacional que va mucho más allá de las emociones subjetivas porque se fundamenta en las devastadoras estadísticas del paro y un déficit ante el que los mercados europeos han empezado a tocar las sirenas.
El presidente puede huir de sí mismo pero el país no tiene para dónde escapar y sólo cabe rogar a quien cada uno rece para que este desbarajuste no termine de mala manera.
La última ocurrencia de desgobierno ha sido la propuesta retráctil de alargar las bases de la jubilación, que La Moncloa no ha sido capaz de sostener más allá de unas horas después de meter el susto en el cuerpo a los sindicatos y ante el probable veto de éstos. Forzado a rectificar su discurso con un ajuste en el que no cree,
Zapatero da bandazos como un piloto enloquecido tocando a la vez todos los botones del cuadro de mandos.
Si el objetivo era inspirar confianza a los mercados estos vaivenes deben de inspirar pánico: a ver quién le compra deuda a una nación gobernada (?) a tumbos por dirigentes sumidos en un abracadabrante desconcierto.
Con el Gobierno oliendo a chamusquina, algunos barones socialistas empiezan a poner pies en polvorosa tratando de que no les salpiquen los escombros.
El manchego Barreda se empieza a ver en el espejo cara de perdedor y ha apuntado hacia arriba para señalar responsabilidades. El cambio de gabinete que ha pedido no es más que una impugnación en toda regla del actual, bajo cuya sombra se siente oscurecido.
El desmarque tiene pinta de huida de un edificio en ruinas pero la opinión de Barreda es un clamor dentro y fuera del PSOE: con este equipo incompetente y quemado el Partido Socialista se hunde y el país detrás.
El problema es que el presidente puede hacer una crisis pero no se puede cambiar a sí mismo.
La situación es crítica, y en parte acaso irreversible.
Este colapso nacional va a dejar secuelas profundas en la estructura productiva, un retroceso de lustros en la escala socioeconómica de España. El asunto va mucho más allá de la lucha por el poder: estamos ante una coyuntura de auténtica emergencia que puede sumirnos en un marasmo de décadas, y el Gobierno permanece aislado y bloqueado, en conflicto con su propia esencia, incapaz de tomar decisiones estratégicas. El zapaterismo era un estilo para la política superficial, para gestos livianos y audaces a favor de corriente, pero carece de recursos y de enjundia para enfrentarse a los estragos de una crisis tan seria. Esto va a acabar mal y cada día tiene menos margen de arreglo. (Ignacio Camacho, ABC)
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