Resulta chocante la tentación que nuestros líderes padecen, tanto más cuanto mayor sea su radicalidad en la izquierda, por sobrevolar nuestras cabezas y vernos desde arriba.
Quizá para entendernos como buenas y laboriosas hormigas, incapaces de rebelarse contra lo establecido y siempre obedientes al instinto y las costumbres.
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