La muerte de un ser querido se convierte, con frecuencia normal, en uno de los más amargos trances a los que se enfrenta un ser humano a lo largo de su vida.
En las culturas orientales, en las que se valora más el “ser” que el “tener” (así uno “es lo que es” y “no lo que tiene”), se enseña a afrontar situaciones de esta naturaleza.
En ellas, así, la ausencia del ser querido se asume con una actitud más natural.
En las sociedades occidentales, por el contrario, la muerte y el duelo posterior se ocultan y se niegan como parte de la propia existencia del ser humano. No superar la desaparición de un ser querido acarrea a veces estigmas perpetuos (los pequeños al perder a uno de sus progenitores pueden caer en una depresión, los adolescentes incluso llegar al suicidio).
El presidente de la Sociedad Española de Cuidados Paliativos, Javier Gómez, señala que «entre el 10 y el 20 por ciento de las personas que han sufrido la pérdida de alguien importante en sus vidas sufren duelos complicados, que requieren la intervención de
especialistas».
Por ello, esta organización acaba de publicar la «Guía para familiares en duelo», en breve estará disponible en las librerías.
Recomienda esta guía, por ejemplo, que se permita a los niños -siempre que así sea su deseo- asistir al velatorio, funeral o entierro. Incluso ver el cadáver de la persona que ha fallecido, por supuesto, acompañado por un familiar. «Lo ideal -dice la guía- es que pueda pasar un rato de tranquilidad e intimidad con el cadáver».
Esta sugerencia tiene su sentido: «En nuestro país, hace veinticinco años los ritos del duelo estaban muy organizados, los niños asistían a los entierros en los pueblos. Y eso ha desaparecido, lo que demuestra que la sociedad se protege de la muerte. Sin embargo, esos ritos contribuyen al duelo normal de la gente y no practicarlos puede llevar a un proceso más complejo».
Es preciso ayudar a los más pequeños a superar la desaparición de un ser querido. Aunque no lo parezca, ellos también sienten la pérdida y lo demuestran con muy diferentes actitudes: a veces se sienten confusos; otras muestran ira (juegos violentos, pesadillas) y enojo hacia los miembros de la familia, o miedo a que fallezca el otro progenitor que aún vive, o actúan de manera más infantil (exigiendo más comida, más atención, más cariño, hablando como bebés). Pueden incluso pensar que son los culpables y, sobre todo, manifiestan su tristeza con insomnio, pérdida de apetito, miedo a estar solo...)
También recoge una serie de recomendaciones para adolescentes, personas mayores y discapacitados mentales. Cada uno afronta el duelo de forma muy diferente:
*.- aunque los jóvenes manifiestan su dolor de forma similar a los adultos, en ellos predomina más el malestar físico (dolores de cabeza o estómago). Son un grupo de alto riesgo, pues no superar estas situaciones puede provocarles graves problemas: baja autoestima, abuso de drogas, delincuencia y, en el peor de los casos, el suicidio.
*.- a los más mayores tampoco hay que descuidarlos. Perder a la pareja con la que han convivido toda la vida es un duro golpe, más aún cuando a edades avanzadas ya han desaparecido otros amigos y familiares.
*.- para todos, de una u otra edad, dice el libro que los dos primeros años después de la pérdida son los peores.
«La muerte de jóvenes o aquellas inesperadas, por ejemplo a causa de accidentes de tráfico, son las más graves y difíciles de superar».
Las contradicciones
En cualquier caso, sea por una larga enfermedad o por una muerte súbita, durante el duelo pueden aparecer sentimientos, conductas, pensamientos y sensaciones contradictorias que hay que saber entender.
Tristeza, enfado, alivio, miedo, culpa... Llantos, insomnio... Atesorar objetos del fallecido o, por el contrario, evitar recordarle... Hasta que se filtra todo ese dolor, muchas personas permanecen aisladas de un mundo para ellas vacío y sin atractivo, abatidas por la pena.Poco a poco el tiempo cura las heridas y retoman las ganas de vivir. Hasta que los recuerdos de los muertos «te acompañan con la alegría de todo lo vivido».
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