En relación con el mito, un problema interesante, el de la incognoscibilidad. En una célebre conversación entre Einstein y Tagore, el segundo decía: “Está la realidad del papel, infinitamente distinta de la realidad de la literatura. Para el tipo de mente identificada con la polilla, que devora ese papel, la literatura no existe para nada; sin embargo, para la mente humana la literatura tiene mucho más valor que el papel en sí. De igual modo, si hubiera alguna verdad sin relación sensorial o racional con la mente humana, seguiría siendo inexistente mientras sigamos siendo humanos”. Y replica Einstein “¡Entonces yo soy más religioso que usted!”. El científico indicaba que él creía en una verdad independiente del hombre, a la cual este podría acceder, aunque probablemente solo de forma muy parcial. En relación con eso, la frase de Du Bois-Reymond ignoramus, ignorabimus (ignoramos e ignoraremos). Habría, pues, una ignorancia esencial, aparte de la provisional.
Desde su aparición en la tierra, el hombre ha sentido que había cosas conocibles y otras más allá de su capacidad intelectiva. La enorme expansión del conocimiento después de la tardía aparición del pensamiento científico ha llevado a muchos a concluir que no existen verdades inasequibles a la capacidad cognitiva humana (o si existen es como si no existieran, siguiendo a Tagore) pero esa idea constituye una profesión de fe, no científica. En sentido contrario, cabe identificar esa sensación de lo incognoscible, de lo esencialmente misterioso, como el origen de la religiosidad, pero esto plantea dos problemas, uno en torno al argumento de Tagore (si hay algo inaccesible a nuestra mente, ¿cómo podemos decir que existe?) y otro al carácter sagrado, religioso, de la impresión del misterio en la mente humana (¿por qué lo incognoscible, sea eso lo que fuere, habría de ser sagrado?)
jueves, 10 de abril de 2008
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