Travieso es el recuerdo y traviesas las que impiden olvidar aquel mortal traqueteo. Si hay una exposición itinerante es ésta: el «Tren del Recuerdo», el más triste que pueda alcanzar los andenes de una estación. El horror viajaba entonces sobre ruedas, cuando hizo crujir los travesaños morales de aquella Europa desarrollada.
Los apeaderos de media Europa se convirtieron en la antesala del horror, el descansillo de la muerte, el vestíbulo de los desnudados. Aquella excursión infantil, para más de un millón de niños judíos y también gitanos de toda Europa, tenía un fin de trayecto preanunciado en Auschwitz. Por sus chimeneas la civilización entera se fue como humo.
El «Tren del Recuerdo» recorre Alemania desde noviembre para no olvidar que ha habido algo peor en un tren que viajar sin billete. El domingo entró echando vapor con sus tres tristes vagones en Berlín-Ostbahnhof, dónde se inició el tránsito hacia el mal. Las vías por las que cada mañana transcurre su vida aún se deslizan, más allá de la frontera, hasta el complejo de Auschwitz-Birkenau y prosiguen a Sobibor y Treblinka.
La noche antes, manifestantes encendían 4.646 velas como interrogantes ante la Deutsche Bahn, en Potsdamer Platz, bien poco comprensiva hacia estas remembranzas que partieron en noviembre desde la frontera francesa. La Deutsche Bahn ha decidido cobrar por el uso de la vía férrea y las estaciones. La empresa heredera de la Reichsbahn asegura apoyar la iniciativa, pero cree que debe tratarla como a cualquier otro cliente: 70.000 euros es la tarifa. El propio ministro de Transportes ha pedido ayer que la empresa pública lo considere una donación reparadora.
Durante el nacional-socialismo, tres millones de deportados fueron conducidos a los campos de la muerte por los ferrocarriles de la Reichsbahn. El interés, explica Hans Minnow, es humanizar ese número. Las historias de niños seleccionadas junto a sus fotos puentean esa abstracción. Una anciana, que ha traído un tulipán naranja, lee una de las esquelas colgadas como ropa al viento; dice recordar cómo un día se llevaron de su edificio a dos familias hebreas: «Nunca preguntábamos nada».
Sobre los andenes están las maletas olvidadas de Abraham y los vecinos colocan claveles emocionados. El tren busca dar nombre y rostro a los millones de deportados: quienes viajaban eran más que un número tatuado. Y también preguntar porqué esta locomotora, con el número 2.455 de la Reichsbahn, estos vagones, aquellos conductores y guardavías, se prestaron. Por qué tanta gente normal puede poner su granito de arena criminal, antes de retornar a la normalidad.
Más de 160.000 personas en toda Alemania han visitado ya la exposición antes de que alcanzara los andenes de Berlín. La acogida demuestra que hay gente interesada. Los compungidos visitantes berlineses dejan flores en los asideros de ventanillas y puertas: donde desfondados y deshumanizados se agarraron por última vez a la vida para dar el paso postrero. Su último contacto fue con un ferrocarril alemán, antes de inhalar la muerte en suelo polaco. El 22 de abril, este convoy de recuerdos trágicos volverá a partir de Berlín. Destino Auschwitz, llegada 8 de mayo. Día de la rendición nazi.
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