El pacto del agua.- JOSÉ MARÍA CARRASCAL
«CATALUÑA también es España», clama el president de la Generalitat, reclamando el trasvase del Segre, léase Ebro. ¿Pero, señor Montilla, ha necesitado usted que Barcelona esté a punto de pasar sed para decir algo que veníamos diciendo millones de españoles, tachándosenos de anticatalanes? A mayor abundamiento, ¿por qué está usted, entonces, gobernando con quienes creen que Cataluña no es España?
Más que anunciada, la crisis del agua era obligada, dado el disparo del consumo, el agotamiento de las fuentes, la incapacidad de los políticos y la ceguera del público ante un asunto de vida o muerte, pues sin electricidad y sin televisión se puede vivir -la humanidad lo ha hecho durante miles de años-. pero sin agua, no. Sin embargo, durante las últimas décadas, los españoles hemos vivido y nos han gobernado como si el agua fuera inextinguible. Hoy, Cataluña se da cuenta de que tener resuelto el abastecimiento de agua es más importante que tener un nuevo estatuto. Sin embargo, ha venido invirtiendo sus mayores esfuerzos en éste. ¿Va a aprender la lección? ¿Vamos a aprenderla los españoles? Pues, triste es decirlo, seguimos prefiriendo lo secundario a lo principal, la ideología a la lógica, los demagogos a quienes dicen la verdad. Y así no vamos a ningún sitio. Mejor dicho, vamos a situaciones tan rocambolescas como la que se está dando en Cataluña, donde quienes hace sólo un año se coaligaban para que no se trasvasase agua del Ebro, piden ahora un trasvase a gritos. Claro que, esta vez, el trasvase es para ellos. Lo que bastaría para demostrar que los catalanes son tan españoles como el resto, ya que tales contradicciones son típicas de nuestro carácter.
Pero a los hechos, que son los que realmente cuentan. El problema del agua es de tal calibre que sólo un pacto sobre ella puede llevarnos, si no a su solución, a evitar una crisis que dejará enana la económica, aunque tiene que ver con ella, pues el agua es la fuente del bienestar y del progreso. El pacto requiere aceptar unas premisas básicas:
1.-Existe una España húmeda y una España seca, siendo la primera muy inferior a la segunda.
2.-El agua es un bien escaso y común de los españoles. La pretensión de las autonomías de apropiarse de los ríos es tan absurda como antisocial, por la sencilla razón de que la mayoría transcurren por varias de ellas. Nadie es dueño de los ríos, que nos pertenecen a todos.
3.-Lo lógico, lo normal, lo democrático es que el agua que sobra en la España húmeda se lleve a la seca. Para ello, tendrá que realizarse un plan tan amplio como el de autovías o trenes de alta velocidad.
4.-Ese plan sólo puede realizarlo el gobierno de la nación, no los autonómicos, pendientes sólo de sus intereses. Intereses que deben tenerse en cuenta en el plan general.
5.-Para ello, habrá que partir del hecho de que el agua, como bien escaso, es cara. No todo son desventajas, pues el alto precio fomentará su ahorro y aportará el dinero para su almacenamiento y distribución.
6.-El almacenamiento tendrá que hacerse en los valles del norte, donde llueve. La distribución, a través de un sistema de grandes tuberías, como las que ya cruzan la península llevando gas. Todos saldrán beneficiados, ya que el agua vendrá a ser el petróleo del norte, como el turismo lo es de Levante.
En resumen, ahorrar agua, almacenarla y repartirla. Justo lo contrario de lo que venimos haciendo. Una combinación de demagogia barata, progresismo rancio y nacionalismo de perra gorda ha hecho que no se construya un pantano desde tiempo inmemorial, se proponga la solución más antiecológica, las desaladoras, y se reclame la propiedad de los ríos. Lo único bueno del embrollo es el grito de Montilla «Cataluña es también España». Y España, añadimos, Cataluña. O nos salvamos todos, o nos morimos todos de sed. Pues ahora nos damos cuenta de que más importante que llegue el AVE, es que llegue el agua.
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