En los frescos de Ambrosio Lorenzetti.
Efectos del buen gobierno: ciudadanos optimistas, mercaderes diligentes, paisajes luminosos.
Secuelas del mal gobierno, en contraste cruel: desolación y violencia, mercados desiertos, casas en ruinas. Aquí la Soberbia ocupa lugar preferente y yace a sus pies la Justicia inerme, quebrada la balanza y dispersos los platillos por el suelo.
Una secuencia inapelable: quien siembra vientos, no puede rasgarse las vestiduras cuando llegan las tempestades.
La lección es válida para cualquier otro tiempo: Crisis económica, Justicia doliente, sequía que causa estragos, obras sin terminar, malestar en la comunidad política...
El arte de gobernar es un asunto muy serio. En democracia, el pueblo, titular único de la soberanía, otorga su confianza al gobernante. Nada peor que una sociedad privada de su legítimo derecho a la ilusión, el desánimo colectivo es el camino más rápido hacia el fracaso.
El presidente habla una y otra vez de «sociedad decente», un concepto de moda.
Dijo Zapatero unas cuantas veces que la sociedad decente es parte sustancial de su idea de España. Mucha gente se congratula de que tenga alguna, después de sospechar lo contrario durante largo tiempo.
La libertad concebida como «no humillación», receta ideológica del PSOE actual, admite de antemano que la sociedad justa es inalcanzable. Lo importante es la traducción práctica.
Los sectores más sólidos de nuestra sociedad exigen de una vez a los grandes partidos un compromiso firme. No deberían fallar. De las palabras a los hechos. Esta es la mejor oportunidad desde 1978 para vertebrar Estado y nación en torno a las dos opciones que los ciudadanos prefieren con notable diferencia. Como siempre, hay que hacer virtud de la necesidad.
Un Gobierno poco ilusionante y una oposición narcisista suman un bloque constitucional irresistible.
Los pactos tienen que ir en serio. Contra el terrorismo, sin circunloquios. Por el modelo autonómico, sin falsear la Constitución. Por la justicia, antes de que el Tribunal Constitucional o el Consejo General del Poder Judicial engrosen la lista sin retorno de las instituciones fallidas.
También es necesario un compromiso en política exterior o en educación, antes de que sea tarde para salir del furgón de cola.
Los ciudadanos juzgarán a los líderes por su capacidad para dar respuesta a los problemas. Una sociedad inquieta ante una crisis patente es mucho más difícil de seducir con artilugios retóricos. El Estado de bienestar está desbordado por la política y sus gestores tienen que buscar soluciones realistas en vez de ofrecer evasivas ideológicas. Cada cual es hijo de sus obras.
En un baúl, bajo siete llaves: memoria histórica, alianza de civilizaciones, buscar pleitos con la Iglesia, pactar con partidos antisistema, negociar con terroristas, arrinconar al PP... Olvidar el síndrome del abuelo, la paz perpetua, el dogma anticlerical, los prejuicios juveniles, la foto de Blair en Stormont...
En el fresco de Siena, el peor efecto del mal gobierno es la tristeza colectiva. ¿Qué tal si alguien aporta un poco de ilusión?
(Extracto de una Tercera de ABC.- BENIGNO PENDÁS. Profesor de Historia de las Ideas Políticas)
domingo, 13 de abril de 2008
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