La cumbre de las tres palabras
Señala José María Carrascal que una de las características más acusadas de la progresía española es conjugar su antinorteamericanismo visceral con pirrarse por lo más típico norteamericano.
Zapatero recibió la llamada de felicitación de Bush y se puso a soñar con la cita que tenían en Budapest, para «charlar de aspectos que afectan a los intereses compartidos», tal vez cogidos de la mano.
El «Hola, hola. Felicidades» del inicio le permitió seguir soñando hasta ver que no había más y volvió a casa mustio, antes incluso de que acabara la conferencia.
¿Creía que podía engañar a sus colegas extranjeros como a los españoles? Sus colegas extranjeros saben perfectamente lo que es y lo que vale. Sus embajadores en Madrid les tienen informados de que es un hombre poco de fiar. No porque mienta, la mentira está permitida en la escena internacional, sino porque su corazón está más con los antioccidentales que con Occidente, con Castro, Chávez y Evo Morales que con Sarkozy, Brown y la Merkel.
Cuando hablan los diplomáticos españoles, evidencian apesadumbrados el bajón que ha sufrido nuestro país en el exterior. No se cuenta con nosotros para nada y esa foto de Zapatero en Bucarest, solo en la mesa, con el resto de animada cháchara, habla más que mil palabras.
Él, que quiso aislar al PP, se encuentra aislado internacionalmente.
Su gran error no es haber descuidado la política internacional. Es no haberla tenido. Mejor dicho, haberla convertido en criada de la interior (cuando en los países serios, constituyen dos compartimentos distintos).
La política interior se rige por el forcejeo entre las distintas ideologías; en política exterior no hay ideologías, hay intereses. Los intereses del país, que se anteponen a todo lo demás.
Zapatero ha subordinado esos intereses a la ideología, de ahí las extrañas alianzas que forja y la desconfianza que genera entre sus aliados naturales, los miembros de las organizaciones a que España pertenece.
Ni siquiera con los socialistas europeos, los alemanes, antiguos padrinos de los socialistas españoles, los italianos, los ingleses, mantiene relaciones que pudiéramos calificar de estrechas y cordiales.
Aunque uno se pone a pensar y no lo encuentra raro, lo encuentra incluso lógico: no es que Zapatero no tenga política exterior, es que tampoco tiene política interior, nacional. Tiene sólo una política partidista, incluso personal, ya que ni siquiera es socialista, como demuestra el haber dejado caer el principio de solidaridad entre los hombres y las tierras de España.
En una palabra, su política es sólo zapateril, como la de Castro es castrista, y la Chávez, chavista. Y con tan flaco equipaje, poco puede hacerse en los foros internacionales.
Martin Ferrand llama la atención de cómo Zapatero hace el ridículo en los más notables escenarios internacionales, sin llegar a advertir que él es un efecto de su propia causa. Quiere volar sin ataduras y, sobre todo, seguir siendo presidente del Gobierno de España y así será porque así lo han querido once millones de españoles.
El mayor encanto de la democracia estriba en que cualquiera puede ponerse al frente del Ejecutivo (para ello no es necesario ni un psicotécnico como el que exigen para la obtención del carnet de conducir). Ahí radica también el mayor riesgo democrático. Por eso es importante la oposición, que también puede ser liderada por cualquiera, y también esto constituye un riesgo.
Se supone, que el Gobierno, está integrado por personalidades valiosas, preparadas y de prestigio. En ocasiones es un supuesto no evidenciado por la realidad.
Lo de la cumbre de la OTAN en Bucarest ha sido tremendo. Todo un símbolo unívoco de la soledad de Zapatero y su errática política exterior que marca su ignorancia y su obstinación.
Se extiende el temor, en vísperas de nombrar nuevo Gobierno, de que vuelva a nombrar ministros como Moratinos.
Es verdad que cualquiera pueda ser Presidente, pero no es tolerable que cualquier presidente consienta que un cualesquiera ocupe la cartera de Exteriores ni ninguna otra que exija conocimientos específicos, experiencia probada, respeto entre sus iguales y evidencias mínimas de talento.
Dentro del partido socialista se erigen voces que plantean la necesidad de un ministro de exteriores con ideas más brillantes que “la Alianza de Civilizaciones” o los radicalismos tercermundistas a lo Chaves o Evo Morales.
No es bueno que Zapatero siga estando solo en los foros mundiales; pero mucho peor es que siga rodeado de gentes como Mariano Fernández Bermejo, Magdalena Álvarez Moratinos. La ventaja es que no estará solo en la tristeza y que ninguno que le rodea le intentará mover la silla.
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