lunes, 15 de abril de 2013

«… Y haremos imposible la convivencia»



ISABEL SAN SEBASTIÁN. ABC
Basculamos entre la indignación y la asunción resignada de una enfermedad incurable
«NO es posible una política sin moral y toda moral reclama su aplicación política. Si no evitamos los demócratas la inmoralidad en la política, crearemos un vertedero en el país y haremos imposible la convivencia».
Esta sentencia, con tintes de augurio sombrío, fue pronunciada hace veinte años por uno de los grandes hombres que hicieron la Transición sumando su talento a una enorme generosidad.
Se llamaba Enrique Fuentes Quintana, fue vicepresidente del Gobierno con Adolfo Suárez y, junto a éste, logró fraguar ese consenso hoy imposible que dio lugar a los Pactos de la Moncloa.
Era un personaje cuyo entusiasmo resultaba irresistiblemente contagioso, un cerebro privilegiado… una de esas figuras cuya ausencia atruena el actual escenario de nuestra vida pública.
Con motivo de su ingreso en la Academia de Ciencias Morales, acaecido en 1993, le entrevisté para ABC. Con una fe digna de mejor causa o una ingenuidad casi infantil, considerando que para entonces ya se había destapado el caso Filesa y Juan Guerra se sentaba en el banquillo, me dijo: «El que la política llegue a ser incompatible con la moral me parece algo impensable. La política, si debe ser algo, es moral de comportamiento y, si no, es que va muy mal».

Si don Enrique levantara la cabeza…
He rescatado este testimonio, tan elocuente como demoledor, del archivo en el que conservo mi particular memoria profesional de España, coincidiendo con la publicación de esos «110 años de Historia en 1000 imágenes» que ha recopilado este diario veterano, testigo de más de un siglo. Una obra imprescindible para quienes, como yo, estamos convencidos de que no hay mejor maestra que la Historia ni error más peligroso que el olvido. Una joya.
(...) si traspasamos el caparazón de la economía y vamos a la esencia, a los valores que cohesionan a una sociedad, a los principios que constituyen su marco de referencia, al proyecto que, compartido, le otorga una razón de ser y seguir unida, entonces mucho me temo que hemos ido hacia atrás. Y no sólo en lo que respecta al desafío secesionista al que nos enfrentamos, que también, sino en lo que atañe a la naturaleza intangible de una Nación, del alma que la alumbra y el impulso que la mueve.
 Vuelvo la mirada hacia ese arranque de los noventa en el que empezaban a desbordarse las cloacas de la corrupción, inundando las portadas con su hedor, y recuerdo un asombro, un escándalo genuino que hoy brilla por su ausencia. Entonces confiábamos en que el sarampión pasaría; creíamos en la alternativa. Hoy basculamos entre la indignación y la asunción resignada de una enfermedad incurable. Releo con estremecimiento el siniestro vaticinio de Fuentes Quintana: «Crearemos un vertedero en el país y haremos imposible la convivencia».
¿Acaso no estamos a un paso de alcanzar ese punto?
¿No han resucitado los peores fantasmas del pasado en términos de confrontación partidista?
¿No estamos asistiendo a una escalada imparable en el nivel de agresividad que alcanzan las campañas de acoso al discrepante?
La basura nos llega al cuello, la democracia hace aguas, pero la banda sigue tocando como si aquí no pasara nada.

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