miércoles, 13 de julio de 2011

Zapatero I el Infausto

LA HISTORIA apoda a los gobernantes con el rasgo más característico de su personalidad o de su mandato: Pedro I el Cruel, Alfonso X el Sabio, Felipe IV el Hermoso, y así sucesivamente.
¿Cómo pasará a la posteridad José Luis Rodríguez Zapatero, en el supuesto de que los historiadores del mañana no tengan la caridad de borrarle de nuestra memoria?.
Lo primero que me viene a la mente es el calificativo de Impotente, que descarto por dos razones. Por estar atribuido ya a Enrique IV de Castilla y por su connotación sexual. La impotencia de este presidente no se refiere a sus prestaciones íntimas, que me traen sin cuidado, sino a su probada incapacidad para resolver uno solo de los problemas que padece España.
De ahí mi segunda opción: Incapaz. Incapaz de atajar una crisis económica que nos retrotrae al pasado sombrío heredado de su correligionario Felipe González, de contener la hemorragia del paro, de adecuar los gastos a los ingresos, de mostrar algo de austeridad, aunque sea por vergüenza torera, de tener una idea útil, de preservar la cohesión nacional, de mantener nuestra posición internacional y proteger nuestros mercados, de darnos algo de esperanza. ¿Cómo va a crear confianza quien vive obsesionado con corregir el pasado a costa de reabrir sus heridas? El futuro, según Zapatero, se sitúa en 1976 o más bien en 1934. Allí es donde pretende llevarnos desde que llegó al poder.


¿Deberíamos otorgarle por ello el título de Perverso?.
Perversas son, sin lugar a dudas, las consecuencias de su empeño:
*.- Una crispación política y territorial descontrolada,
*.- agresiones verbales y físicas al discrepante en ámbitos tan sagrados como la Universidad,
*.- deslegitimación de la Justicia, encarnada en el Constitucional y el Supremo, propiciada desde la Generalitat de Cataluña y su presidente, José Montilla, por no mencionar a los sindicatos, artistas y demás colectivos abonados a la subvención oficial.
*.- El país abierto en canal, enfrentado nuevamente a garrotazos, como en el magistral cuadro de Goya, y al borde de la quiebra.
Un desastre sin paliativos.
Entonces me viene a la mente el adjetivo exacto: Infausto.
«Se aplica -dice el María Moliner- a lo que constituye una desgracia, va acompañado de desgracia o la anuncia o evoca. Aciago, desdichado, desgraciado, funesto, infortunado». Eso es exactamente lo que representa José Luis Rodríguez Zapatero en la historia de esta España que antes de él fue una nación indiscutida e indiscutible: Un paréntesis de infausto recuerdo. Una desgracia. El oportunismo del PSC deja sin aire a Zapatero...
ZAPATERO apareció ayer ante los ciudadanos como un presidente al borde de la asfixia política. Su imagen que hoy ilustra nuestra portada, captada en el Senado, es lo suficientemente explícita. De puertas afuera trató de minimizar la crisis que vive el país a todos los niveles y se limitó a señalar que ha percibido «una cierta sensación de conflictividad institucional», pero la tensión y el estrés se reflejaban en su rostro.
El oportunismo del PSC volvió a dejar ayer en evidencia al presidente del Gobierno. Y es que, un día después de que María Emilia Casas, presidenta del Tribunal Constitucional, denunciara la «intolerable campaña de desprestigio» que sufren pilares básicos del Estado, sólo un día después de que pidiera «respeto» para la institución y que apelara a la «concordia» como clave para la convivencia, el presidente de la Generalitat de Cataluña le respondía con un corte de mangas. Sólo así cabe interpretar el anuncio de Montilla de que presentará una resolución en el Parlamento autonómico, que luego trasladará a las Cortes, en la que exige al Alto Tribunal que se declare incompetente para resolver la sentencia sobre el Estatuto. Eso es tanto como pedirle que se haga el haraquiri -como si se tratara de las Cortes franquistas-, porque desde el mismo momento en que el Constitucional se inhibiera perdería su propia razón de ser.

El jaque mate que plantea Montilla al Constitucional de la mano de Artur Mas volvió a tener ayer una tibia respuesta por parte del Gobierno. Ya hemos dicho que Zapatero prefirió mirar hacia otro lado pese al grave conflicto institucional que vive el país y que explica que la presidenta del Constitucional haya tenido que salir al paso con una declaración insólita. En la misma línea que el presidente, el ministro Caamaño se limitó a decir que las fuerzas políticas «están en su derecho de realizar, por los cauces procedimentales establecidos, las peticiones que estimen pertinentes», como si aquí lo trascendente fueran las formas y no el desafío intolerable que socava uno de los cimientos de nuestra democracia.


En similares términos se expresó el portavoz de los socialistas en el Congreso, Alonso, que se limitó a añadir que los votantes del PSOE pueden confiar en que, si la declaración promovida por Montilla llega a la Cámara Baja, el Grupo Socialista se atendrá a la disciplina de voto. Pero el conflicto que vive el PSOE en su seno con el PSC, y que ha acabado contagiando al resto de la vida pública por las continuas cesiones al nacionalismo, no es una cuestión que pueda resolverse con la aritmética.


Zapatero -y con él, España- empieza a recoger los frutos amargos de las semillas que sembró. Apadrinó un Estatuto claramente ilegal que ha acabado abocando al Tribunal Constitucional a la peor crisis de su historia; consintió a Montilla que compitiera en nacionalismo con CiU y ERC y, lejos de apaciguar el soberanismo, asistimos a referendos sobre la independencia de Cataluña un día sí y otro también; jaleó una Ley de Memoria Histórica que igual sirve al asesino de Bultó para reivindicar el papel «propagandístico» de Terra Lliure, que Garzón lo utiliza de coartada para cuestionar la Ley de Amnistía y la Transición entera, con la peligrosísima derivada que ha tenido después, debido a la disparatada campaña contra el Tribunal Supremo, al que se acusa de franquista por haber imputado al juez por prevaricación.
El lío en el que el presidente ha metido al país coincide además con una profunda crisis económica, y lo peor es que Zapatero está demostrando que no tiene recetas para combatir ninguno de esos males.
El Mundo, 29 de Abril de 2010.

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