EUGENIO TRÍAS Miércoles, 07-10-09
1. Los tiempos de crisis constituyen una invitación a la reflexión. Si la crisis atañe al sistema, e involucra a la economía y a los agentes sociales, esa reflexión se convierte en una necesidad. Y esa reflexión debe conducirse hacia aquellos terrenos que requieren un tratamiento más urgente.
En nuestro país hay al menos un consenso de opinión, espoleado por inquietantes datos de los barómetros europeos y mundiales. Se ha extendido la convicción de que nuestra educación debería ser asistida y atendida en la Unidad de Cuidados Intensivos de la sociedad, cuya gestión corre a cargo de los políticos. Éstos, muchas veces, se limitan a corroborar ese estado de opinión, porque esa confirmación es lo correcto, sin implicarse en el tema de forma prioritaria.
Tendría que ser opción de primer rango en la ciudadanía. Y en el apremio de ésta a través de todos los medios a su alcance, de manera que se produjese una presión eficaz, frente a la indolencia previsible, las inercias y la falta de visión general que aqueja a la mayoría de nuestros políticos. Es necesario reconocer que la sociedad civil española pocas veces ha considerado a la educación como prioridad y con sentido de urgencia.
Constituye una grata sorpresa la confluencia sobre este tema de voces emitidas desde los ángulos más diversos, de forma que los políticos no tienen más remedio que salir de sus mezquinas luchas, que sólo interesan a los implicados. La coyuntura es favorable por contar en la actualidad con un ministro de Educación -Ángel Gabilondo- verdaderamente implicado en la vida universitaria. Esperemos que no suceda como con el anterior ministro de Cultura, César Antonio Molina, que concitaba notable consenso en el mundo que tan bien conocía, pero que fue relevado por razones poco justificables, sin darle opción a culminar su atractivo proyecto.
Sería necesario que la presión de unos y otros llegase a obligar a todos los políticos, de derechas y de izquierdas, nacionalistas o constitucionalistas, a un pacto de la Moncloa en educación, como propuse en una Tercera de ABC hará ahora unos nueve meses.
2. La educación es nuestra eterna asignatura pendiente. Y no sólo lo es por el lamentable relevo de planes que se produce en cada cambio de gobierno. Nuestra desquiciada vida nacional podría hallar en la educación una forma de integración. Se trata de promover un gran pacto que se halle inmune a esos avatares, que incluya por supuesto al gran partido de la oposición, sea éste el que sea, y también a los partidos minoritarios, nacionalistas o constitucionalistas.
Debiera ser un pacto que integre a las comunidades autónomas, responsables de la dispersión universitaria que invierte la sana forma de funcionar de las universidades alemanas: en éstas son los profesores y los estudiantes los que se mueven de universidad en universidad. En España, en cambio, una pluralidad escandalosa de universidades invita a los estudiantes y a los profesores a la inmovilidad, a no cambiar de lugar, a comenzar y terminar la carrera en el mismo sitio, con el consiguiente empobrecimiento de la experiencia.
Pero no es sólo la enseñanza universitaria la que requiere un golpe de timón sustentado en un pacto educativo interpartidista, y que se expanda por todos los dominios científico-técnicos o de cultura humanística. También debe recabarse esta consideración de la educación como la principal fuerza integradora de la sociedad en el ámbito de la enseñanza primaria y secundaria, o en todo el recorrido que la educación sigue al compás del crecimiento en edad y en experiencia de las personas.
Esa idea de la educación como fuerza integradora debe, pues, colmarse en muchos ámbitos. Promovería la interacción necesaria de humanidades y cultura científico-técnica, o la adaptación de la investigación científica, bien articulada con la reflexión humanística, dentro del mundo empresarial.
3. La educación se realiza si incide en la experiencia, de manera que se alcance lo que los alemanes llaman Bildung: educación, cultura y formación integrales, como la que teorizó, con un sano sentido idealista, Friedrich Schiller en su célebre La educación estética del hombre.
La fuerza integradora de la educación redunda en un ideal de persona con antenas hacia lo humanístico y lo científico-técnico. Hoy esa unidad es indispensable para el avance de las sociedades hacia lo que se suele denominar «sociedad de conocimiento». Es necesario tomarse muy en serio esta orientación -que puede parecer idealista- si se quiere mantener el pulso con las sociedades más avanzadas.
Las Humanidades son muy necesarias como obligatorio complemento de las Escuelas Politécnicas, cuya influencia es inmensa. Las Facultades de Humanidades que consiguen liberarse de la decadencia de las viejas facultades de Filosofía y Letras son también faros que apuntan hacia el futuro.
4. La educación podría y debería ser la fuerza integradora de la sociedad, la que en un tiempo de crisis se promueve como gran apuesta de un país que nunca ha sabido culminar un proceso de elevación del estatuto social y moral del maestro, del profesor, del catedrático, o que no posee en su historia los magnos precedentes que sostienen la exquisita educación de base que descubrimos en muchos otros países europeos, a pesar del cierto deterioro que se ha podido producir en los últimos tiempos, debido sobre todo a la masificación de la enseñanza.
La crisis nos aguijonea a todos en distinta proporción. La resquebrajadura dolorosa de las inercias -que se suponían perpetuas- de una economía bien enderezada y orientada, puede ser motivo de necesaria reflexión, en la cual no dudo que sea la educación la que aparezca en primer término ante toda consideración responsable.
España, para nuestra desgracia, no tiene precedentes como la Tercera República Francesa, que desarrolla un ambicioso programa de escuelas de primera y segunda enseñanza, base de la educación y cultura de este admirable país. Tampoco dispone del magno precedente ilustrado, como el josefinismo, con los diez años del más fecundo en reformas de los reinados austrohúngaros, 1780-1790, reformismo que explica la cantidad de pensadores, artistas, escritores y científicos de este Imperio crepuscular, que dejó la impresionante estela de grandes figuras intelectuales, literarias, musicales y artísticas.
El problema es que nuestra sociedad, muy dada a la fascinación por cierta farándula artística, cinematográfica o torera, o amante de la literatura ligera que arrasa con cuatro o cinco bestsellers, a expensas de otros títulos más solventes e importantes, tiene pocas antenas para la educación. Lo mismo sucede entre nuestros políticos, fiel reflejo de nuestra sociedad. Existen temas que en nuestro país apenas cuentan, como es todo el espectro del pensamiento filosófico -pese a hallarse en un excelente momento- contrastando en esto con Italia, Alemania, Francia o los países anglosajones.
Empieza a estar en marcha una campaña a favor de ese pacto que nuestro Monarca, con su fino instinto respecto a lo que nuestra sociedad necesita, avaló en una reciente intervención. Es importante que las voces que redundan en esta dirección sean escuchadas por nuestros políticos. Quizás se olviden durante un tiempo de sus hastiantes querellas.