jueves, 19 de noviembre de 2009

El fin y los medios


M. MARTÍN FERRAND Jueves , 19-11-09
MUCHAS veces, cuando la necesidad parece que obliga, la democracia deja de ser confrontación ponderada e inteligente y se convierte en pasteleo. Abundan las personas que valoran la componenda como una forma de perfección y equilibrio y, si se apura en la comparanza, eso es el centro: un híbrido entre la socialdemocracia y el liberalismo que, sin satisfacer a nadie, tiende a consolarnos a todos. Especialmente a quienes mantienen que la moderación es más provechosa que el ímpetu y la pasión. En España, especialmente en el último quinquenio, el pacto -«no nos vayamos a hacer daño»- ha sido elemento fundamental y desatascador de situaciones incómodas para los dos grandes partidos nacionales y no puede decirse que ello haya dado, si nos atenemos a los resultados, grandes motivos para la alegría. La partitocracia es de vuelo corto y se conforma con el presente en el poder o con un futuro inmediato con posibilidades de alcanzarlo. Carece de distancias largas, planteamientos nuevos, fuerza regeneradora y ambición por la excelencia.
Desde que Felipe González, en 1985 y todos sabemos por qué, rompió los supuestos de independencia del Consejo General del Poder Judicial se produjo una triste promiscuidad entre los poderes del Estado. El actual estéril presidente del Consejo, Carlos Dívar, ha sido fruto del pasteleo bipartidista y así, poco a poco, vamos degenerando. Ello le obliga, supongo, a constantes gestos de eclecticismo y volatines de difícil estabilidad que no quiebren el equilibrio -¿artificial?- que mantiene las apariencias en esta democracia decaída y esclerotizada. Envuelto en ese espíritu, Dívar ha manifestado su satisfacción por la libertad, «sea cual sea el medio», de los tripulantes del «Alakrana». ¿Sea cual fuere?
«Había personas que estaban sufriendo y han dejado de sufrir», ha dicho Dívar en alarde del relativismo que, posiblemente, entre en las exigencias para la buena marcha de su cargo y función. En la moral clásica y en las democracias verdaderas el fin no justifica los medios, pero quizás sea que algunos nos estemos pasando de fecha y no alcancemos la elasticidad suficiente para emprender un camino de síntesis entre el bien y el mal. Los tiempos de la política y los de la justicia, como dice Dívar, persona honorabilísima, son distintos; pero, sin recurrir al pasteleo, ¿son también distintos los principios y valores que las animan?

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