POR JON JUARISTI
Domingo, 17-08-08
«LOS pueblos sin historia, como las mujeres sin historia, son honrados y felices», dijo una vez don Marcelino, que, de vez en cuando, perpetraba alguna simpleza sexista y biensonante. Pensaba el sabio santanderino en los vascos, y no en los osetios u osetas, otra supuesta etnia con misterio. Si naces en un pueblo misterioso, una de dos: o te quedas pegado a tu destino de pueblo enigma como una lapa (y te mueres, tarde o temprano, sin haber contribuido al mejoramiento de la humanidad en mayor medida que dicho molusco), o huyes y te buscas la vida en otra partida, que es lo que ha hecho la mayor parte de los vascos desde que decidieron inventarse en el siglo XVI como casta privilegiada de la casta Castilla, que empezaba a convertirse en imperio.
Lo de los osetios u osetas es distinto. Se sabe algo de su origen. Al parecer, descienden de una rama de los escitas que poblaban la indefinible Sarmacia, a la que no le plugo esperar a volverse imperio para repatirse en lotes por el mundo conocido. Descendientes suyos se encuentran en Inglaterra, los Balcanes, Malaisia e incluso en Casarrubuelos, porque llegaron a esta latitudes bajo un nombre diferente del que hoy usan: los alanos, que se hicieron famosos como criadores de una raza de perros.
Los escitas que no se marcharon son los que ahora conocemos como osetios u osetas. Han interesado mucho a las universidades francesas por la rareza de su lengua, una variedad derivada del iranio antiguo. Sobra decir que tienen, como todo pueblo sin historia, un folklore abigarrado y confuso, y mitos tan indignos de confianza como los de cualquier hijo de vecino. Ahora bien, los estructuralistas, de los que Julio Caro Baroja sostuvo que sacaban las cosas de quicio con estilo muy profesoral, juraban que los inextricables mitos osetas eran los ecos de las perdidas epopeyas de los escitas. A los osetios u osetas no les ha costado mucho asumirse en esa identidad de pieza de museo, fabricada para ellos en la Sorbona. Pero ir de pueblo reliquia todo el tiempo aburre hasta a las moscas fosilizadas, y los nacionalistas de Osetia del Sur se han animado a probar suerte como aliados y marionetas del actual gobierno ruso.
Pues lo pertinente, en la crisis de Georgia, no es que los osetios posean una identidad propia, que desciendan de los escitas o que hablen una lengua curiosa (toda la zona afectada es un hormiguero de lenguas raras), sino que juegan un papel parecido al que Hitler asignaba a los «alemanes» de los Sudetes en la crisis europea de 1938, cuando las democracias se bajaron los pantalones ante el expansionismo nazi. No anda descaminado el presidente de Georgia al trazar un paralelo entre ambas situaciones, pero se equivoca cuando habla del peligro de un segundo Munich. Europa y los Estados Unidos ya pasaron por un segundo Munich cuando permitieron que los rusos aplastaran a Chechenia.
El caso de Osetia del Sur ilustra perfectamete el destino de los nacionalismos de los pueblos sin historia en la nueva guerra glacial del siglo XXI, que no es otro que servir de pretexto a la grandes potencias para ampliar sus zonas de influencia. Es posible que los Estados Unidos no deseen volver a los tiempos del enfrentamiento de bloques y de la amenaza nuclear, pero si su secretario de Defensa es sincero al afirmar tal cosa, entonces no se explica que alentaran la independencia de Kosovo, absurdo movimiento de pieza que ha permitido a los rusos justificar su jaque a Georgia. En cuanto a la medrosa Europa del presente, no cabe esperar de ella resistencia alguna a las maniobras que los poderosos organicen en sus arrabales. Salvando las distancias, Georgia se encuentra hoy tan sola como lo estuvo Serbia hace unos meses y no le va a servir siquiera de consuelo la solidaridad del ayuntamiento de Bilbao, ciudad hermanada con Tiblisi, que, por una vez, y a ver si crea costumbre, se planta frente a un secsionismo de museo.
Domingo, 17-08-08
«LOS pueblos sin historia, como las mujeres sin historia, son honrados y felices», dijo una vez don Marcelino, que, de vez en cuando, perpetraba alguna simpleza sexista y biensonante. Pensaba el sabio santanderino en los vascos, y no en los osetios u osetas, otra supuesta etnia con misterio. Si naces en un pueblo misterioso, una de dos: o te quedas pegado a tu destino de pueblo enigma como una lapa (y te mueres, tarde o temprano, sin haber contribuido al mejoramiento de la humanidad en mayor medida que dicho molusco), o huyes y te buscas la vida en otra partida, que es lo que ha hecho la mayor parte de los vascos desde que decidieron inventarse en el siglo XVI como casta privilegiada de la casta Castilla, que empezaba a convertirse en imperio.
Lo de los osetios u osetas es distinto. Se sabe algo de su origen. Al parecer, descienden de una rama de los escitas que poblaban la indefinible Sarmacia, a la que no le plugo esperar a volverse imperio para repatirse en lotes por el mundo conocido. Descendientes suyos se encuentran en Inglaterra, los Balcanes, Malaisia e incluso en Casarrubuelos, porque llegaron a esta latitudes bajo un nombre diferente del que hoy usan: los alanos, que se hicieron famosos como criadores de una raza de perros.
Los escitas que no se marcharon son los que ahora conocemos como osetios u osetas. Han interesado mucho a las universidades francesas por la rareza de su lengua, una variedad derivada del iranio antiguo. Sobra decir que tienen, como todo pueblo sin historia, un folklore abigarrado y confuso, y mitos tan indignos de confianza como los de cualquier hijo de vecino. Ahora bien, los estructuralistas, de los que Julio Caro Baroja sostuvo que sacaban las cosas de quicio con estilo muy profesoral, juraban que los inextricables mitos osetas eran los ecos de las perdidas epopeyas de los escitas. A los osetios u osetas no les ha costado mucho asumirse en esa identidad de pieza de museo, fabricada para ellos en la Sorbona. Pero ir de pueblo reliquia todo el tiempo aburre hasta a las moscas fosilizadas, y los nacionalistas de Osetia del Sur se han animado a probar suerte como aliados y marionetas del actual gobierno ruso.
Pues lo pertinente, en la crisis de Georgia, no es que los osetios posean una identidad propia, que desciendan de los escitas o que hablen una lengua curiosa (toda la zona afectada es un hormiguero de lenguas raras), sino que juegan un papel parecido al que Hitler asignaba a los «alemanes» de los Sudetes en la crisis europea de 1938, cuando las democracias se bajaron los pantalones ante el expansionismo nazi. No anda descaminado el presidente de Georgia al trazar un paralelo entre ambas situaciones, pero se equivoca cuando habla del peligro de un segundo Munich. Europa y los Estados Unidos ya pasaron por un segundo Munich cuando permitieron que los rusos aplastaran a Chechenia.
El caso de Osetia del Sur ilustra perfectamete el destino de los nacionalismos de los pueblos sin historia en la nueva guerra glacial del siglo XXI, que no es otro que servir de pretexto a la grandes potencias para ampliar sus zonas de influencia. Es posible que los Estados Unidos no deseen volver a los tiempos del enfrentamiento de bloques y de la amenaza nuclear, pero si su secretario de Defensa es sincero al afirmar tal cosa, entonces no se explica que alentaran la independencia de Kosovo, absurdo movimiento de pieza que ha permitido a los rusos justificar su jaque a Georgia. En cuanto a la medrosa Europa del presente, no cabe esperar de ella resistencia alguna a las maniobras que los poderosos organicen en sus arrabales. Salvando las distancias, Georgia se encuentra hoy tan sola como lo estuvo Serbia hace unos meses y no le va a servir siquiera de consuelo la solidaridad del ayuntamiento de Bilbao, ciudad hermanada con Tiblisi, que, por una vez, y a ver si crea costumbre, se planta frente a un secsionismo de museo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario