lunes, 3 de febrero de 2014

Lo nuestro no tendrá arreglo mientras un Gobierno soportado por una mayoría absoluta, como el de Rajoy, no decida una profunda reforma estructural de la Nación

MANUEL MARTÍN FERRAND
Les salió el tiro por la culata, como suele sucederles a los astutos recalcitrantes, porque la solución al grave momento nacional es política
ASEGURAN quienes han dejado de ser sus más fervorosos partidarios, que son bastantes, que Mariano Rajoy se cree un trasunto de Nicolás Maquiavelo; pero ni estamos en el Renacimiento, ni Florencia es Santiago de Compostela, ni hay a la vista ningún Medicis a quien traicionar. Rajoy le llama astucia a la dilación, esa peligrosa tardanza que unas veces es hija del terror, otras de la pereza y, en las más de las ocasiones, de la errática teoría de que no hay mal que cien años dure. La rueda de prensa del último Consejo de Ministros fue la escenificación de un final de trayecto. Desde una concepción pretendidamente sagaz, ausencia de Rajoy incluida en la artimaña, se quiso dar la idea de un Gabinete sólido y dispuesto a todo para que la economía nacional funcione. Les salió el tiro por la culata, como suele sucederles a los astutos recalcitrantes, porque la solución al grave momento nacional es sustancialmente política.
Pretender que el futuro remedie el presente no es nada «maquiavélico». Es una marrullería dialéctica válida, como en nuestro caso, cuando la oposición tiene menos ideas que el Gobierno y muchísimo más desorden y disidencias. Unos cuantos recortes más, vergonzantemente anunciados, no aliviarán los males del Estado que, por si fueran pocos, aprovechan la crisis para engordar y radicalizar sus brotes separatistas. Algunos, los resignados, esperábamos del Gobierno un plan enérgico de actuación política y nos encontramos con tímidos retoques de naturaleza económica. En consecuencia, ya no cabe la resignación y es preciso entregarse a la preocupación. La cuquería rajoyana le ha aportado ya un millón de parados a la EPA.
Lo nuestro no tendrá arreglo mientras un Gobierno soportado por una mayoría absoluta, como el de Rajoy, no decida una profunda reforma estructural de la Nación, embride los gastos superfluos del Estado, reconduzca las Autonomías a su condición administrativa territorial sin veleidades fantasiosas y despilfarradoras y, después de haber reducido a menos de la mitad el número de Ayuntamientos, les meta en cintura y en razón. Algo que dificulta el clientelismo partitocrático. El gigantismo administrativo no solo nos cuesta un Congo, sino que esclerotiza la iniciativa privada y, desde su instalación en la morosidad, disminuye las posibilidades crediticias de las empresas. Abordar estos asuntos, por impopular que resulte, es política. Lo que necesitamos. Exige resolución y fortaleza, pero no dinero. Aplazar el problema con un retoque en los impuestos menores, el alargamiento en el plazo de caducidad de los mayores y la asunción de que el paro no empiece a superarse hasta dentro de cuatro o cinco años, es despilfarrar toda una legislatura en astucias y parches economicistas. ¿Maquiavelo

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